En diciembre de 1988 se escribió el primer capítulo de la nueva vida de AMLO. Todo lo que había sido antes se diluía y se catapultaba como un líder regional con una enorme habilidad para crecer electoralmente. En efecto, después del arrollador desempeño de Cuauhtémoc Cárdenas en las elecciones de julio del 88 y la inmediata debacle registrada en Baja California por el FDN, en Tabasco ese joven audaz conseguía superar los votos del propio Cárdenas y su estrella electoral marcaba una ruta de ascenso. En pocos años se convertiría en una figura nacional al conseguir la primera concertacesión efectiva para la izquierda. En 1991 logró poner al gobierno salinista contra las cuerdas en un momento en el cual los acuerdos de Chapultepec (que finalizaban las hostilidades en El Salvador) se iban a firmar en el Castillo de Chapultepec. Ganó entonces su primera partida en el tablero nacional. En 1994 su carrera política iba a dar un paso fundamental al despuntar como un candidato sumamente competitivo contra Roberto Madrazo. Al margen de su desempeño electoral, ese año AMLO hizo su contribución más importante a la transición política al desnudar la impúdica forma de financiamiento de las campañas del PRI. Aunque sólo fuera por esto, la democracia mexicana tiene una deuda con López Obrador ya que es el artífice indirecto del modelo de financiamiento de los partidos políticos que introdujo la competitividad en el sistema a partir de 1997.

Ya como figura nacional empezó a desarrollar la faceta que hoy conocemos: el líder confrontador y profundo crítico de la negociación. Se percató de su valía y de su enorme talento para atraer el afecto de las masas y empezó a edificar su propio camino. Su primera misión fue derribar el mito del ingeniero Cárdenas y lo cumplió a cabalidad. Desmontó la figura tutelar del ingeniero y se arregló una candidatura capitalina torciendo la ley con el silencio de sus aliados (algún político muy afamado de la izquierda perdió su espacio en un periódico por dudar de su domicilio capitalino) Quedaba claro que el jefe era él y no iba a aceptar discrepancias. La izquierda quedó a su merced y si hoy lo critica es muy probable que se le vuelva a someter en 2018. Todas las tribus y corrientes se le rindieron y empezó a construir su ruta a Palacio. No volveré sobre el 2006 por considerarlo ampliamente comentado, tampoco sobre el 2012 que sigue fresco en la memoria.

Para 2018 aparece como el mejor situado. Ha recorrido todos los caminos, desde el bloqueo de Reforma hasta la disculpa pública para congraciarse con la gente. Está claro que para él hay una monomanía y es ser Presidente y emular a Juárez. Su fantasma recorre todos los salones del poder (vamos, hasta en la ONU salió a relucir) porque no hay político que se le acerque en conocimiento y reconocimiento. Hace seis años Peña ocupaba esa misma posición y ya conocemos el resultado. Por tanto, estamos lejos de contemplar un político en su ocaso. Acaba de ir al Vaticano (y ojo: fue recibido por el Papa) para anotarse el punto de la invitación a Francisco. Entre los desfavorecidos sigue siendo la voz más creíble.

Sus críticos dicen que es un político demagogo y poco transparente y creo que no hay duda de que es ambas cosas. Que es un nostálgico del nacionalismo revolucionario tampoco, sólo hay que hacer un análisis de su discurso (“la tragedia nacional empezó en los 80”) como si las décadas anteriores fuesen ejemplares. Pero a pesar de la demonización de la que ha sido objeto, se mantiene vivo y ha monopolizado el discurso de la insatisfacción. Mientras la economía no mejore y se redistribuya el ingreso él tendrá un electorado cautivo. Su estrategia consistió en ubicarse como el candidato ineludible de la izquierda, pero ésta ya dio lo que tenía que dar. Usó todos los tiempos de su partido personal para posicionarse ante el electorado y seguramente lo seguirá haciendo. Ahora, como principal aspirante de la izquierda, retoca su estrategia para evitar que por la vía de las candidaturas independientes se merme su renta electoral. Hoy su principal problema es evitar que otras figuras (como El Bronco), que son menos conocidas que él, crezcan en el aprecio popular. Hoy sus baterías están enfiladas en evitar una candidatura exitosa que venga de otras playas. El quiere saltar a la cancha como el único que cuestiona la política tradicional. Con el aprendizaje que han dado dos campañas fallidas, AMLO parece dispuesto a retocar lo que haga falta para no cometer los mismos errores, pero en algo parece no cambiar, el proyecto es él, después él y al final él.

Analista político

@leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses