Leonardo Curzio

El dilema de la ciudad

No todas las ciudades del mundo han tenido tantas oportunidades para redefinir su futuro como la capital

21/09/2015 |01:15
Redacción El Universal
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No todas las ciudades del mundo han tenido tantas oportunidades para redefinir su futuro como la capital. Nos debemos sentir afortunados porque en los próximos años (con la salida del AICM de su actual emplazamiento) se abre una nueva ventana de oportunidad para que el oriente de la ciudad pueda tener un renacimiento. Es alentador comprobar que esta semana se convoca a un foro especializado para conocer, de primera mano, lo que otras ciudades que han vivido un trance semejante (Quito, Austin, Berlín) han hecho y así aprender de la experiencia ajena. No puedo imaginar manera más racional y prudente de tomar una decisión (informar, deliberar y proponer antes de decidir). Espero que el foro tenga una amplia repercusión y permita a miles de ciudadanos tener una mejor información sobre lo que está en juego.

Claro que en ningún lugar está escrito que la oportunidad que se presenta, la vayamos a aprovechar correctamente. Ya circulan versiones de que los terrenos que hoy ocupa el aeropuerto están considerados en los planes de una gigantesca maniobra especulativa. La experiencia indica que finalmente así sucederán las cosas, es decir que los intereses de las inmobiliarias (tan ligados a la clase política de la capital) serán los que prevalezcan frente al interés público. Es más, si fuese una quiniela, lo más sensato sería apostar al fracaso, porque en el pasado se han desperdiciado tantas oportunidades, que no es sensato pensar que ahora lo haríamos de otra forma, pero aún así la esperanza de que nuestra ciudad tiene propósito de enmienda me alienta.

Hace algunos años leía un estudio introductorio a la historia de la urbe en el que se establecía que pocas capitales habían dilapidado tanto patrimonio cultural y arquitectónico como la nuestra. Hoy vemos el Centro Histórico cacarizo y es una pena comprobar cómo la ciudad pierde presencia. A la mayoría nos aterra ir al primer cuadro sin tener alguna sorpresa que va desde la peregrinación hasta la manifestación. A diferencia de ciudades latinoamericanas y europeas, el centro de la ciudad es ruidoso, sucio, inseguro y, en muchos sentidos, distópico. Una entusiasta del Centro, a la que quiero mucho, se mudó a ese perímetro y hoy suspira por los suburbios, porque el ruido y la operación del Centro son incompatibles con una razonable calidad de vida. Una derrota para aquellos que creemos que el paradigma de la redensificación no debe significar aglomeración, hacinamiento y disfuncionalidad. En el sur, la apertura de El Colegio de México en los años 70 hizo fantasear a muchos sobre una parte meridional bien urbanizada y dominada por la cultura. Hoy la subida al Ajusco es un fracaso humano, ecológico y estético. En el poniente de la ciudad tenemos el más sonoro de los colapsos urbanos: Santa Fe. Llamada a ser la prolongación moderna de la ciudad, hoy es un espacio estrangulado, carente de atractivos (salvo centros comerciales) y graves problemas de gestión urbana. Es la parte más joven de la ciudad, pero su tejido no es saludable. Si en el Ajusco la ocupación hormiga se comió la zona ecológica, en Santa Fe la voracidad de los desarrolladores, en abierta complicidad con los gobiernos (desde Camacho Solís hasta el actual), está terminando de matar la gallina de los huevos de oro. Santa Fe es una extraña zona que aspira a parecerse a Houston, pero con una infraestructura que en Piedras Negras nadie envidiaría. Es un modelo urbano que no se debe repetir.   
 
Por eso es tan relevante el terreno del aeropuerto. Porque la vida nos ofrece la oportunidad de relanzar nuestro sentido de pertenencia y demostrar que nuestra urbe no corre presurosa al colapso, que todavía podemos reorientarla. Y más allá del proyecto concreto (que me parece debe contener cuatro elementos: espacio público, cohesión social, ecología y movilidad) yo espero que tres grandes temas salgan a relucir en una gran conversación pública.  
 
El primero es establecer, como en toda ciudad que aspire a ser un proyecto sustentable, quiénes son los responsables del uso del suelo. Ni la ALDF ni Seduvi han podido acreditar que tutelan el interés público. Las sospechas de corrupción en las recalificaciones son casi certeza. Nos urge un órgano técnico autónomo que cuente con una enorme y transparente maqueta de los usos del suelo y la vocación de la ciudad, similar a la que existe en Singapur. Nunca más el uso del suelo en manos de políticos a sueldo de las inmobiliarias.
 
El segundo es convencer, a través del Consejo Económico y Social, a la iniciativa privada de lo irracional que resulta su modelo depredador. Hoy los desarrolladores inmobiliarios son percibidos como enemigos del progreso de la ciudad. Cada vez que anuncian inversiones los ciudadanos temblamos, porque sus actuaciones se vuelven declaraciones de guerra en contra de los habitantes, en lugar de percibirse como oportunidades de progreso. La IP debe pensar que la responsabilidad social empieza porque en tu comunidad no te vean como el hombre del antifaz o el depredador.
 
El tercero es que la decadencia de las ciudades no es un cuento de agoreros, es una realidad y si no corregimos el rumbo de la nuestra (que hoy nos irrita tanto) pasará a ser unos de los peores lugares para vivir en el planeta. ¿Eso queremos? Yo apuesto porque le demos a la capital una oportunidad. ¡Se la merece!

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Analista político.

@leonardocurzio