El jefe de Gobierno ha ajustado su gabinete. Nadie sabe bien qué criterios usó para evaluar a sus secretarios. Si hubiese sido por percepción ciudadana seguramente hubiese retocado las áreas de seguridad. No lo hizo. Si hubiese querido mandar una señal de diálogo a otras fuerzas políticas hubiese ampliado sus invitaciones que en este caso se limitan a Jorge Gaviño, del Panal, al Metro, para retribuir sus servicios en la comisión especializada, y a Laura Ballesteros (ex diputada panista y candidata del PRI y Verde) que fue la artífice de la ley de movilidad para que trabaje con el saliente secretario de Gobierno, ahora reciclado como secretario de Movilidad.

A Morena le manda un mensaje gélido en tres tiempos. Por una parte envía a Patricia Mercado a la Secretaría de Gobierno. Es una mujer capaz y dialogante, el problema que tiene con Morena es que AMLO no olvida que en 2006 ella mantuvo su candidatura. Los obradoristas consideran que los votos que cosechó la candidata hubiesen bastado para garantizar el triunfo de AMLO. Como para el tabasqueño las elecciones presidenciales son su monomanía, recibirán a Mercado con frialdad. El segundo elemento es Amalia García, quien tuvo importantes desencuentros con Monreal cuando ambos jugaban en la liga zacatecana. Y el tercero está ligado con la decisión de no ofrecer la cabeza de Serrano, a pesar de su involucramiento en las elecciones y las sospechas de que controla órganos autónomos e incluso tiene un pie en el tribunal electoral. Sin cobrarse la derrota clamorosa del 7 de junio, de la cual es en gran medida responsable, Mancera retribuye al hombre que empequeñeció al bejaranismo y lo convierte en titular de Semovi. Más allá de Morena, el jefe de Gobierno nos anuncia que para uno de los temas más sensibles de la capital (la movilidad) carece de un técnico solvente y nos pone a un político que intentará construir su candidatura al 18 con placas de taxis y peseros. No puedo imaginar peor señal, pero está claro que Mancera se siente obligado (o tal vez otra cosa) para mantener en el juego una figura tan poco esperanzadora.

Otro elemento a considerar es que a partir de sus decisiones Mancera nos permite entender mejor sus prioridades y su psicología política. Empecemos por esto último. Llama la atención, en primera instancia, su muy apreciable giro hacia la feminización del gabinete. Incorporar mujeres tan reconocidas como Patricia Mercado y Amalia García le ha valido ya el aplauso de un sector progresista que pondera en lo que vale esa sensibilidad de género. Es también un hombre que sabe recompensar a sus leales. El muy fiel y eficiente Amieva ocupa una cartera importante, y Granados (su operador en la ALDF) ocupará la Consejería Jurídica, ello a pesar del muy poco brillante papel que desempeñó en Donceles. La que termina es una de las peores (por mediocre, derrochadora y hostil a los ciudadanos) legislaturas de las que se tenga memoria.

Finalmente está la señal al PRD. Amalia García, un cuadro importante de la izquierda, con una muy reconocida trayectoria (a pesar de los reveses electorales que ha tenido) es un gesto conciliador para esa corriente. Ocupará el cargo que en un tiempo desempeñó (también como cuota política) Navarrete. Estoy seguro que aportará su buen hacer y desatará nudos. Y finalmente está el caso de la senadora Barrales (quien por cierto deja su asiento en la Cámara alta a la muy activa Martha Tagle). No es fácil entender ese nombramiento ni en lo personal ni en lo político. Voy por partes. Además de haber sido pareja del jefe de Gobierno, Barrales le disputó sordamente la candidatura. Gastó enormes cantidades de dinero (vamos, hasta revistas que no existen la anunciaban) y creó un muy poco transparente fideicomiso de becas en la ALDF, que muchos suponen sirvió para financiar sus aspiraciones. Finalmente todo ello no le alcanzó y al ser derrotada hizo un entripado que le impidió durante un largo periodo reconocer que el doctor Mancera la había arrasado en preferencias. Bueno, pues la vida da vueltas y ahora sí podrá entregar becas sin que se sospeche que recurre al más abyecto de los clientelismos y tendrá que llamar “jefe” a su ex pareja a la que le costó tanto reconocer como triunfador. ¡Qué cosas!

El mensaje final es para los ciudadanos: el gobierno es un asunto de políticos y sus prioridades, no de la gente y sus tribulaciones.

Analista político

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