Las empresas pueden hacer una diferencia en su entorno, con la comunidad que atienden, así como emprender acciones de gran impacto social.

Son precisamente a las grandes corporaciones a las que se les atribuye gran parte de las disparidades del ingreso en el mundo globalizado; empero, por esta misma razón pueden ser un vehículo muy efectivo para reducir la pobreza.

De acuerdo con George C. Lodge y Wilson la importancia de que la gran empresa asuma a cabalidad su papel responsable en la sociedad, estriba en varios factores, a saber: poseen competencias como talento humano, tecnología y crédito, entre otros.

Los beneficios del crecimiento no necesariamente llegan a los estratos de más bajos ingresos, se requieren de esfuerzos especiales. No basta, por ejemplo, con conectar a una localidad con la internet, los habitantes de ésta deben de ser capacitados y la gran empresa puede proveer el entrenamiento, el tiempo de sus asociados y también la motivación.

Las firmas también tienen un enorme potencial para promover el capital social. Organizando a sus asociados, persuadiéndolos y fomentando actividades en bien de terceros y concretamente de la comunidad, pueden ser promotoras de poderosas redes sociales, que incluso pueden llegar a tener representación política.

No menos importante es su papel dentro de su cadena de valor, siendo factor de arrastre y de demostración, compartiendo sus mejores prácticas con proveedores, distribuidores e incluso clientes; esta es una magnífica oportunidad, por ejemplo, para que pequeñas y medianas empresas puedan mejorar su competitividad y se sumen a prácticas socialmente responsables: la primera, desde luego, su rentabilidad, que permita la generación de riqueza y de empleos.

Otra ventaja de la gran empresa, es su posición para apoyar e impulsar proyectos locales, que pueden convertirse en el factor de cambio y en parteaguas para comunidades en pobreza extrema.

Todos estos atributos son importantes en la lucha por la erradicación de la pobreza. Algunos pasos ya se han dado para convertir a la empresa en un verdadero y nuevo motor de cambio, cuando en julio de 2000 se lanzara el Pacto Mundial a iniciativa del secretario general de la ONU, Kofi Annan, para promover las prácticas de negocios responsables, a la cual ya se han adherido un número importante de corporaciones (actualmente existen 13 mil 052 participantes, de los cuales 8 mil 328 son empresas).

Sin embargo, desarrollar un sentido de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) implica que las empresas tengan que avanzar por diversas etapas en la curva de aprendizaje, antes de ostentarse como negocios responsables. Muchas veces la responsabilidad social se encasilla sólo en la filantropía o bien se ejercen prácticas de RSE, pero no se les reconoce como tales. Esto es lo que Simon Zadek define como la etapa defensiva.

Posteriormente viene una etapa de cumplimiento, basada en una serie de políticas claramente definidas en materia de RSE; seguida viene la de gestión, cuando estas prácticas se introducen en los procesos centrales de gestión. Un siguiente peldaño es la estratégica, cuando las medidas de RSE forman parte de la planeación estratégica, y por último está la etapa civil, donde la empresa ya promueve sus prácticas de RSE hacia el exterior: la industria, su cadena de valor e incluso la comunidad.

La nueva avenida de esta responsabilidad corporativa está expuesta por Prahalad y Hammond sobre negocios inclusivos, que al conceder a las empresas un papel importante en el desarrollo económico mundial, al proveer bienes y servicios de calidad y bajo costo a la población de bajos ingresos, permiten mejorar la calidad de vida de miles de personas en la base de la pirámide y al mismo tiempo generar negocio a aquéllas.

De acuerdo con un estudio hecho por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2014 en Latinoamérica, el 70% de la población forma parte de la base de la pirámide (BDP); es decir, más de 400 millones de personas. Esto representa una gran oportunidad de negocios promisorios para empresas y emprendedores, para un mercado BDP que lo integran personas cuyos ingresos no exceden los 10 dólares diarios.

En México, de acuerdo con el mismo trabajo de investigación, 90 millones de personas componen este sector (75% de la población) equivalente a 170 mil millones de dólares. Este tipo de negocios van en aumento en el mundo y en el país. Así varias empresas han incursionado en áreas de educación, salud, vivienda, servicios financieros, tecnologías de la información y comunicación, entre otros, con magníficos resultados.

Sin duda, los negocios BDP se están convirtiendo en una avenida de oportunidades para millones de personas que viven, sin esperanza, hoy en el mundo y refuerza el papel de la empresa como gran transformadora social.

Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac (IDEA) de la Universidad Anáhuac México Norte.

idea@anahuac.mx

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