Acabo de ver un documental extraordinario de música. De esos que pueden hacer llorar hasta al más duro de pelar, más si añora el rocanrol de los años 60 y 70; es, corrigiendo, un rockumental que cuenta la historia desde la perspectiva de “el poder detrás del trono”, que ejercieron un grupo de notables músicos de sesión que, desde el anonimato del estudio de grabación, fueron los responsables del sonido exitoso canciones que se volvieron hits perdurables hasta nuestro tiempo.
Tal vez a muchos melómanos y fanáticos del rock no les digan nada los nombres de los guitarristas de sesión: Tommy Tedesco, Billy Strange, y Al Casey; o de los bateristas Hal Blaine y Earl Palmer, o del bajista Joe Osborn y los tecladistas: Larry Knetchel y Don Randi, o el saxofonista, Plas Johnson y el de la única mujer en la cuadrilla: la bajista Carol Kaye y los que luego llegaron a destacar fuera de la Wrecking Crew: Glen Campbell, Leon Russell y Herp Albert entre más de una veintena de especialistas de estudio que se instalaron en Los Angeles, para partir, en su momento, el queso musical.
El multipremiado documental realizado en 2008 (y estrenado formalmente el año pasado) por Denny Tedesco, hijo de Tomy Tedesco, El Rey de la guitrarra de sesión, reunió a éste y a tres camaradas más, que rememoran los grandes momentos que vivieron en el estudio, haciendo la música y la magia detrás de discos como el Pet Sounds, de los Beach Boys y, sin empacho, el propio Brian Wilson, que aparece en el rockumental, afirma que “Se trataba de los mejores”.
Pero hay más de una nostalgia inédita exquisita cuando uno se entera que de que esta banda tremendamente importante de músicos de sesión (los mejores pagados en el oficio que ganaron lo que quisieron), es también responsable del telón sonoro de exitosas canciones de estrellas como Sony & Cher, Byrds, Mamas and the Papas, Beach Boys, Carpenters, Frank y Nancy Sinatra, Simon & Garfunkel, Monkees, Ronettes, Sam Cooke, Jan & Dean, Gary Lewis & The Playboys y hasta El Rey del rock, Elvis; aparte de ser, entre otra de sus facetas, “La Pared o el Muro de Sonido”, de Phill Spector.
Una historia que, aunque tardó años en llegar a las pantalla, vale la pena y es nostálgicamente gratificante para los que aún se atreven a comprar las emociones que sólo brinda la música. Avalan los descubrimientos de quienes tocaban –sin crédito, ni reconocimiento (más que en un selecto circulo), pero sí con un pago más que justo que les permitió vivir más de 10 años como dioses—Roger McGuinn y Frank Zappa, por citar tan sólo a dos maravillados con el trabajo de demolición musical de estos superdotados del estudio.
Imperdible.
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