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Ofrecí tratar, en mi entrega de hace 15 días, con un poco más de detalle aspectos de la encíclica del papa Francisco sobre problemas ambientales globales (http://bit.ly/1MNR5s1), un documento de la mayor importancia, que sigo convencido en que todos quienes tienen interés sobre el ambiente local y mundial deberían leer.
Hice notar que el documento papal no era una elucubración retórica, sino un verdadero llamado a la acción que, además de definir la enfermedad y sus causas, proveía “el remedio y el trapito”. Resulta en particular interesante —y yo diría estimulante— constatar que varios de los “remedios” descritos en la encíclica son acciones que nuestro país ha aplicado desde hace ya muchos años, por medio de acciones realizadas por organismos gubernamentales como la Conabio, la Conanp el Inecc y varios otros programas de la Semarnat. Me refiero a programas que promueven el conocimiento local o regional de la diversidad biológica en México, como son el aprovechamiento sustentable de los ecosistemas, la declaración de ANP al establecimiento de corredores biológicos y al estímulo de empresas comunitarias que viven en y de los ecosistemas que poseen como patrimonio. Igualmente ocurre con el esfuerzo de mejorar la situación de emisiones de CO2 en la generación de energía o el transporte, aunque aún nos falta buen trecho por avanzar.
Un tema transversal en la encíclica es el efecto del cambio ambiental sobre las poblaciones más pobres y desposeídas del planeta, que son la mayoría de la humanidad; en ella se hace una crítica severa, desde el punto de vista económico y político, al desbocado propósito de generar a toda costa beneficios monetarios en la actividad económica e industrial. Francisco hace resaltar la creciente desigualdad social y económica —enfatizada por cierto en el reciente reporte de Oxfam (http://bit.ly/1TNigbK) tanto a escala global como para nuestro país, así como en la incisiva obra de Piketty El capital en el siglo XXI— y el hecho de que ni la tecnología ni la economía actuales o las fuerzas del mercado, podrán por sí mismas aliviar esas desigualdades.
Las encíclicas son documentos considerados como expresiones de la autoridad papal para ser observados por el clero y la feligresía católica, con la expectativa de que ambos —clero y fieles— acepten las enseñanzas contenidas en ellas. Es de esperarse que los obispos y el clero en todo el mundo encabecen y lideren amplias discusiones sobre le encíclica, dentro y fuera de los sermones dominicales. Qué tanto la estructura eclesiástica cumplirá con este compromiso de gran envergadura propuesto por Francisco, está por verse. Pero al menos, si no la estructura de la Iglesia, uno esperaría que una proporción importante de los católicos sensibles al contenido de la encíclica sí tomen acciones individuales que, sumadas a los cientos de millones de católicos en el mundo, empiecen a marcar una clara diferencia en el comportamiento de una parte de la humanidad.
Los organizadores de la COP 21 sobre cambio climático en París, a finales de este año, deben estar muy esperanzados de que la encíclica Laudato si’ ayude a que se alcancen en esa convención compromisos mucho más concretos y definidos de los principales países emisores de CO2, en relación al cambio climático de lo que ha ocurrido hasta ahora y que se asuman esos compromisos de manera vinculante durante la reunión. Esperamos que así sea.
Me despido. Estimad@s lector@s de esta columna: les informo que ésta es la última entrega de mi colaboración en este diario, que generosamente me abrió su espacio a lo largo de 8 años, publicando mis comentarios sobre “las tres E”: los temas de ecología, economía y educación y sus interacciones, a las que he dedicado mis pensamientos e ideas en este periodo. Espero que hayan sido de alguna utilidad en generar reflexiones en ustedes sobre esos temas, que considero son de importancia central para el futuro de la humanidad y en especial para nuestro país. Debo expresar mi agradecimiento a EL UNIVERSAL por su generosidad en hospedarme en el diario y a ustedes por leerme a lo largo de este tiempo. Mil gracias.
Investigador emérito de la UNAM y coordinador nacional de la Conabio