Nochixtlán supuso para muchos no sólo el enfrentamiento armado, sino el inicio de la lucha de clases. Que los maestros y sus seguidores hubieran decidido bloquear calles y aislar de algún modo a la población civil, y que algunos grupos empresariales hubieran exigido la intervención coactiva del Estado y la condonación o el no cobro de impuestos, les pareció suficiente para ver, si no la plena realización, sí un atisbo de esa modalidad de conflicto. Pasados los días y más allá de la identificación de víctimas mortales, burocráticas o comerciales, se han borrado las reflexiones sobre el carácter clasista de los hechos y sus secuelas.

En lo acontecido en Oaxaca y en otros puntos álgidos del país, no parece estar presente la lógica de la lucha de clases. No se observa un sujeto revolucionario, ni un agente de cambio que pretenda liberar, o al menos reivindicar, a la totalidad de un pueblo oprimido. Tampoco hacerlo consciente de la dominación a la que está sometido. No existe una doctrina o pensamiento revolucionario. Lo que hay son sujetos, de uno y otro bando, tratando de mantener posiciones propias tenidas por ellos como legítimas, sin conexión con la totalidad de los fenómenos políticos o sociales que no sean de su incumbencia directa.

Uno de los signos de nuestra época es la dificultad para encontrar categorías que la expliquen. Esto es evidente no sólo en artículos de opinión, sino en los ejercicios académicos. La repetición de modelos conocidos, la recurrencia a explicaciones dadas para fenómenos considerados semejantes a los actuales, evidencian esta situación. El problema puede estar en la dificultad de identificar los novedosos y cambiantes momentos de nuestro tiempo.

Pensando en cómo explicarme lo que hoy acontece, volví a lo dicho por Karl Mannheim en su Ideología y utopía (Fondo de Cultura Económica). El libro se publicó en el complicado 1936, año de cambios y de males. Mannheim consideraba que en ciertos momentos, los grupos dominantes ligan de tal manera su pensamiento a sus intereses, que son incapaces de percibir los hechos que vendrán a destruir su propia condición. Llamó ideología a esta forma de pensar en tanto oscurece el estado de la sociedad. Por otra parte, consideró que algunos grupos oprimidos están tan interesados intelectualmente en la destrucción y transformación de determinado orden social, que sólo perciben los elementos de la realidad que tienden a negarla. Estos grupos son incapaces de diagnosticar la situación y dirigen la totalidad de su pensamiento a una acción prácticamente ciega.

Lo que Mannheim planteaba como ideología y utopía explica nuestra situación actual, incluido el tan traído y tan llevado malestar social. Todo está bien, dicen algunos, y basta ver las cifras de Inegi, los fundamentales de la economía, lo que pasa en otros países o los niveles de inversión y confianza en México; todo está mal, dicen otros, y basta ver la desigualdad, los niveles de violencia, la corrupción o la paralización presupuestaria. Ideologías y utopías compiten por afirmar como realidad lo que suponen, para desde ahí atrincherarse, denostar al otro como poco realista, corrupto, iluso, reaccionario y todo lo que pueda lanzarse a quien ve las cosas distintas. No me hago la ilusión de que mucho de esto vaya a cambiar. No veo nada en el futuro que nos permita reaccionar con cierto sentido de conjunto (¿el triunfo de Trump?). Únicamente me parece prudente sugerir algo de introspección, algo de reflexividad, entre tirios y troyanos.

Ministro de la Suprema Corte de Justicia

Miembro de El Colegio Nacional

@JRCossio

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses