En su reciente Encíclica, Laudato Si, el Papa Francisco manifiesta su deseo de contribuir a un diálogo más productivo sobre el tema ecológico, en parte, por los rotundos fracasos de las cumbres mundiales sobre medio ambiente y cambio climático, como la enorme frustración que nos dejó la Conferencia de las Partes (COP-20) en Lima, Perú.

Francisco entra al tema de la ecología con claridad y con coraje, exigiendo en primer lugar, el reconocimiento a los pobres del mundo y la necesidad de buscar una “ecología integral”. Hace un llamado a ir a las raíces del problema, a reconsiderar nuestra forma de entender el “progreso” y a buscar un auténtico desarrollo humano sostenible. También pide que como sociedad nos liberemos de la subcultura del descarte y del consumismo exacerbado.

No es una Encíclica que entre a la discusión científica, por el contrario, deja en total libertad a los técnicos pero es exigente y crítica frente a la cuestión social, los oligopolios, la grave contaminación, la destrucción de la biodiversidad y pérdida de muchas especies que “nuestros hijos ya no podrán ver”. Al igual que Benedicto XVI, afirma que “el libro de la naturaleza es uno e indivisible” y que la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura actual que modela la convivencia humana.

El documento hace énfasis al afirmar que el derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos.

El título de la Encíclica lo toma del antiguo cántico de San Francisco escrito en el año 1224: “Alabado seas mi Señor”, alabado seas con todas tus creaturas. El Papa, que adopta el nombre de este santo, insiste en que San Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado del medio ambiente y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad en una gran armonía con la naturaleza, con Dios y consigo mismo. Por eso se le considera Santo Patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología; aceptado y querido por muchos científicos y estudiosos del mundo, creyentes y no creyentes.

Todo está relacionado y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos en una peregrinación, entrelazados por el amor de Dios. Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza y al mismo tiempo, las capacidades que tenemos como personas, entonces podremos terminar con el mito moderno del “progreso material sin límites”.

La Encíclica Laudato Si tiene un mensaje directo para la ciudad de México. Sería muy bueno que nuestras autoridades reflexionaran sobre el capítulo cuarto y en especial los apartados 44 y 45 que afirman: “Hoy advertimos el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, los problemas de transporte y a la contaminación visual y acústica”.

“Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de los habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza”.

Esto es lo que está pasando en nuestra Ciudad, se han rebasado todos los límites de sustentabilidad y es urgente que las autoridades federales y locales no solo reconozcan esta situación crítica, sino que se adopten con carácter de urgente, medidas y planes de corto y largo plazo que corrijan de fondo los graves problemas generados por un crecimiento desproporcionado y sin planeación.

El Papa Francisco insiste a lo largo de todo el documento en que los desequilibrios ecológicos afectan, en primer lugar, a los más pobres, especialmente a los marginados de las grandes urbes del mundo.

ciudadposibledf.org

Twitter: @JL_Luege

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