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Un nuevo Apocalipsis.
Toda la información que día a día hacen pública los representantes más destacados de la ciencia climática nos muestran con fervor la magnitud de la catástrofe que se avecina. Veamos algunos de estos eventos que parecieran sugerir la idea de que el apocalipsis ha empezado ya: el aumento de las temperaturas oceánicas, con sus efectos en la intensificación de los huracanes; el aumento del nivel de los mares que amenaza hábitats costeros de humanos y no humanos, poniendo en peligro a los llamados EstadosIslas; el aumento de vapor de agua en la atmósfera asociado con lluvias e inundaciones; la pérdida de tres cuartas partes del hielo marino en el Ártico en las últimas 4 décadas; la sequía en California que dura 5 años, considerada la peor en un milenio; el aumento de concentraciones de CO2 hasta llegar en2015 a 400 ppm y que serán superadas en 2016, muy por encima de los nivelespre-industriales de 278 ppm; el pronóstico de un descenso del 67 porciento de la población de vertebrados al 2020 (Living Planet Report 2016); la desertificación del Sur de España al año 2100 (Science 28/X/16).
Una especie de discurso de Fin del Mundo se apodera del lenguaje de los hombres de ciencia. Un tono apocalíptico solo explicable como una estrategia mediática para enfrentar la enorme resistencia y poder de la maquinaria industrial que está detrás de las emisiones de gases de efecto invernadero y la apatía social o desinterés por el destino de la vida planetaria.
La amenaza de la catástrofe climática está cada vez más presente en la lectura que hacen los científicos del clima con base las tendencias recientes, sobre todo cuando se las analiza en el largo plazo. El 2016 es ya considerado el más cálido desde que existen mediciones sistemáticas, el cual superó al 2015, que había sido el más caliente, que a su vez le había quitado ese dudoso privilegio al 2014. Sabemos también que el record del año más caliente le correspondía al 2005, siendo pronto rebasado por el 2010. “Afortunadamente”, para bajar nuestra angustia existencial, es muy probable que el 2017 sea más frío que el actual.
Los medios magnifican este aspecto milenarista del discurso científico climático. Los datos se muestran contundentes y parecieran respaldar la cercanía del Juicio Final, una especie de Año Mil climático similar al que, según diversas conjeturas, vivió el mundo ante la cercanía del primer milenio de la cristiandad. Los científicos modernos parecieran, comodice la leyenda sobre el Papa Silvestre II, estar oficiando la última misa del año 999, antes de la llegada de la catástrofe. Pero a diferencia de la llegada del Año Mil, los ricos de hoy no están ayudando a los pobres, liberando esclavos y despojándose de sus bienes materiales para obtener el perdón; más bien la explotación de la naturaleza y del trabajo humano, su transformación en desechos, alcanza niveles inimaginables.
La diplomacia climática, los compromisos nacionales y el clima real
La diplomacia climática vive en el limbo y la frivolidad, a pesar de su centralidad para la gobernabilidad de un mundo sumamente confrontado y dividido. El Acuerdo de París fue celebrado como el gran triunfo de la diplomacia francesa y de las Naciones Unidas. La diplomacia climática no busca disminuir las emisiones de sustancias tóxicas, no busca estabilizar el clima planetario, no le interesa gran cosa las medidas concretas en las cuales se materialicen los ‘ofrecimientos’ de los países para contribuir a disminuir emisiones.
A la diplomacia ambiental le importa sobre todo que haya acuerdos, que los países firmen y ratifiquen. Los países firmaron Kioto, un acuerdo supuestamente vinculante (en el lenguaje diplomático): nadie cumplió y las emisiones aumentaron. Estados Unidos no firmó Kioto, no obstante las emisiones de carbono de su sector eléctrico disminuyeron 15 porciento respecto al 2005, y California es líder en energía renovable. China, la Unión Europea y México firmaron Kioto, no obstante sus emisiones aumentaron. No hubo ninguna instancia internacional con capacidad de vigilancia y sanción. ¿Qué significa firmar un acuerdo?.
Los Acuerdos de París se firmaron. El 4 de noviembre pasado entraron en vigor. Este acuerdo no es obligatorio, no tiene instancias fiscalizadoras internacionales, y a nadie le importa lo que ocurrirá en el interior de la mayor parte de los países firmantes. Cómo van a cumplir China, India, Brasil, México, Rusia, países con una institucionalidad precaria y con democracias fraudulentas; para poner sólo unos ejemplos. Quién los va a sancionar si nocumplen sus ofrecimientos.
La diplomacia quiere firmas, acuerdos en donde las naciones del mundo aparezcan en el imaginario, en losmedios, como miembros de una “hermandad universal”, esa constituye la medida de su éxito. Los resultados reales de los acuerdos, quedan fuera de la acción diplomática. Solo las conductas ambientales concretas de la gente en su vida cotidiana, la democracia real, el poder ciudadano y la protesta puede ayudar al planeta.
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Profesor-investigador de El Colegio
de México. Doctor en Política Ambiental
por el University College, London.