Más Información
Luis Videgaray, impulsor de la invitación a Donald Trump, explicó que la razón de ella es que en caso de una victoria republicana los mercados aquí se colapsarían. Y por ello convenía mandar el mensaje de que había una puerta de diálogo con Trump. Claudia Ruiz Massieu opinó que no se hiciera tal entrevista, pero la pasaron por alto, por lo que pensó en renunciar. El presidente Peña Nieto escribió que “hay cosas que él (Trump) debía saber en voz del Presidente de México, empezando por el sentir de los mexicanos”. (EL UNIVERSAL, 1/Sep/16). Pero de ser correcto el cálculo de Videgaray, en sentido de que reunirse con Trump, en caso de ganar éste aminoraría una caída de mercados en México, al menos el gobierno de Peña pudo haber fijado fecha y forma de la visita. En cambio, éstas las impuso Trump a su conveniencia. Era buena fecha para Trump, pues anunciaba su política migratoria y llegaría reforzado con la visita a México. Era en cambio mal día para Peña, uno previo a su IV Informe, que quedó opacado por el ruido de la visita. Pudo haber dicho nuestro gobierno que la reunión se realizaría en, por ejemplo, diez días después del Informe, al menos para no servir de plataforma a la campaña de Trump. O pudo condicionar esa visita a que Hillary Clinton aceptara venir también, alegando que era importante que hubiera equidad. De esa forma se hubiera diferido la visita, abriendo un margen mayor de maniobra y reflexión.
También, Peña debió fijar una posición más firme en la conferencia de prensa. Que después aclarara lo duro que fue con Trump en privado no sirve de gran cosa, pues muchos simplemente no le creen. En todo caso, de haber sido así, ¿por qué no simplemente comunicó al público lo que supuestamente le dijo a Trump en pri vado? Eso, al menos hubiera compensado el costo de la visita e incluso le hubiera dado algunos puntos. En cambio, las supuestas “malas interpretaciones” de Trump volvieron a quedar en Arizona como lo que son: insultos, desprecio, amenazas, sin confusión alguna. Ahora Peña depende de la buena voluntad de Hillary, cuya visita podría paliar en parte el daño provocado por la presencia de Trump. Si Clinton quiere cobrarle a Peña lo que parece haber sido una afrenta para ella, lo puede hacer simplemente negando o escatimando su presencia en México. Y gane quien gane, habrá costos para Peña. De ganar Hillary, la popularidad perdida por la visita de Trump no se recuperará; el daño estará hecho. Y si ganara Trump, la opinión pública sentirá que en alguna medida Peña habrá colaborado a ello, así fuese involuntariamente. Vaya diplomacia. Nueva exhibición de gran torpeza (que sus pocos defensores llaman “valentía” o “audacia”). Es probable que con este “trumpiezo”, Peña pierda varios puntos más de popularidad. ¿En dónde va a terminar? De haberlo planeado un poco mejor, quizá Peña hubiera recuperado presencia e incluso algunos puntos de apoyo.
Videgaray defiende la decisión a partir de una presunta estatura de estadista de Peña Nieto; un presidente de que a sabiendas de que su política generará costos políticos, insiste en aplicarla por responsabilidad, pues será benéfica para el país por más que la ciudadanía no lo entienda y la decisión sea impopular. Sacrifica su capital político e imagen en aras de la patria. Pero en estricto sentido pudo haber conciliado ambos propósitos; enviar ese mensaje a los mercados de que hay una puerta de diálogo con Trump, y al mismo tiempo fijar con claridad su posición respecto a las estrategias anunciadas por el candidato republicano y su discurso antimexicano. No eran necesarios insultos de por medio. Pero al fallar en lo segundo, más que altura de estadista Peña reflejó improvisación, descuido, docilidad y debilidad ante un prepotente Trump. Esa no es precisamente nuestra idea de estadista. ¿Cuántos puntos de popularidad va a costarle este nuevo error?, ¿qué tan bajo va a caer en el resto de su administración? ¿Dejará a Videgaray en su cargo como si nada? Es lo más probable, asumiendo él una vez más el costo de sus malos asesores.
Profesor del CIDE