La identidad es un aspecto básico en la vida de las personas, las instituciones y los países. Una identidad bien conocida y aceptada por quien la detenta le permite entender cuál es su ubicación en el mundo, su rol, su misión y sus objetivos.
En efecto, saber quién soy implica que conozco de dónde vengo (mi origen) y a dónde voy (mi destino). México ha pasado en distintas etapas -desde su independencia- por un proceso largo de búsqueda y encuentro de su propia identidad.
La identidad mexicana es de gran riqueza cultural, llena de matices, resultado de complejos procesos de mestizaje y fusión. El descubrimiento y construcción de la identidad nacional mexicana pasó por diversas etapas históricas, de manera muy significativa la de la revolución armada de 1910 que si bien inició de naturaleza política, terminó de naturaleza social y cultural.
La identidad lograda a partir de la revolución fue de naturaleza social, culturalmente original, destacando rasgos propios que se afirmaron a través de la pintura, la música, la gastronomía y otra serie de manifestaciones de orden cultural. La fuerza cultural lograda y el tamaño relativo de México en Latinoamérica lo convirtieron en el modelo a seguir por otros países de la región, en el “hermano mayor” que representaba en gran medida sus intereses en el mundo.
Las crisis de finales del siglo XX ocasionadas tanto por el desgaste del sistema político como el agotamiento del modelo económico llevaron a cuestionar si lo construido hasta ese momento era correcto, si no nos habíamos equivocado, si había posibilidades de continuar por esa línea o definitivamente había que cambiar.
La conclusión a la que se llegó fue la de cambiar ante la inviabilidad a largo plazo del modelo. Fue así que México cambió su reafirmación identitaria basada en la idea de un país cerrado y autosuficiente a la de un país abierto, interdependiente, con una clara vocación global y de forma específica norteamericana.
La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte hizo pasar a México de su fuerte originalidad y liderazgo en la región latinoamericana a ser integrante del bloque de Norteamérica con un comercio internacional vigoroso y creciente, y la cultura e identidad comenzaron a pasar por un fuerte proceso de fusión y mestizaje con esta región. México quedó sujeto a una gran dependencia económica, política y cultural de los Estados Unidos.
Los acontecimientos de los últimos meses, concretamente la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos ha significado una amenaza al modelo de integración con Norteamérica, la amenaza no es solo de orden económico por lo que depende nuestra economía de la de nuestro vecino del norte o migratoria por el número de mexicanos que viven en los Estados Unidos, sino también cultural y de identidad. Si la apuesta hecha por más de dos décadas se ve perdida la pregunta de fondo es ¿y ahora que estamos siendo excluidos de Norteamérica quiénes somos?, con una economía que se había desarrollado por las exportaciones y la integración con el mercado más grande del mundo en un escenario de cierre de las fronteras de Estados Unidos ¿hacia dónde vamos ahora?
La cultura es cambiante por naturaleza, la identidad no es una meta que se alcanza y permanece, requiere ser conquistada de forma continua. Lo valioso de una identidad o una cultura no son las formas externas –esas son consecuencias- sino los valores representados en esas formas. A valores más altos, a mayor nivel ético, la cultura tiene mayor entidad y la identidad se robustece, a mayor nivel de corrupción la cultura se vulgariza y la identidad se debilita.
El reto más importante que hoy vive nuestro país es el de reencontrar y reconstruir su propia identidad, para ello hay que replantear el piso ético y disminuir los niveles de corrupción. Fortalecer nuestro ethos nacional para reencontrar nuestra identidad.
Rector General de la Universidad Panamericana-IPADE.