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El último año fue de grandes sorpresas, el Brexit en el Reino Unido, la votación en Colombia en contra de los acuerdos de paz, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la pérdida del referéndum sobre la reforma constitucional que impulsó el primer ministro italiano rompieron los esquemas a los que estábamos acostumbrados. Las encuestadoras se equivocaron.
Pareciera que existe un malestar profundo, escondido a las estructuras institucionales tradicionales. Ese malestar lleva a que muchas personas a lo largo del mundo asuman una postura antisistema.
La causa pareciera ser la tensión que existe entre un sistema político y económico agotado, incapaz de leer los signos de los tiempos, por un lado, y una estructura social que se siente alejada del rumbo que se ha decidido dar a sus propias vidas, por el otro. El sistema alejado de la sociedad al que algunos autores han denominado tecnoestructura sólo lee y procesa en clave de información, dinero o poder y es incapaz de comprender lo que se ha denominado mundo vital, el de la cultura, las ilusiones y las relaciones gratuitas entre las personas.
La generación de los denominados Millenials con toda razón está inconforme con el status quo: la desigualdad en aumento, el medio ambiente cada vez con mayor grado de deterioro y la falta de salidas esperanzadoras. En muchos países las muestras de inconformidad y molestia han ido en aumento aprovechando la plataforma de las redes sociales.
Sin embargo y aún con los profundos cambios que se están dando en el mundo actual no da la impresión de que muchos actores se comprometan con propuestas de construcción de un mejor futuro.
Las muestras de inconformidad en redes sociales son permanentes, sin embargo la actividad propositiva es escasa: en el Reino Unido y Estados Unidos muchos jóvenes no salieron a votar, la participación en lo público en gran cantidad de países es escasa y los esfuerzos por mejorar el ambiente en el planeta son imperceptibles.
Da la impresión de que vivimos en una sociedad que ha defendido —con razón— los derechos, la narrativa general los ha tenido como epicentro durante los últimos años, sin embargo no existe una correlación en el sentido de responsabilidad.
Existe una percepción errónea de la realidad en el sentido de que lo que existe está dado, que la paz, la democracia y un ambiente de desarrollo es algo natural, que siempre ha estado allí, como si la democracia no implicara una construcción permanente, como si el desarrollo tecnológico al que ha llegado la humanidad siempre hubiera estado allí.
Se cuenta con ello como si no existieran riesgos en lo construido durante el último siglo y medio en el mundo, como si la protesta permanente, en ocasiones radicalizada, no pusiera en riesgo los avances que permiten un mejor nivel de vida y desarrollo.
Desde luego es natural y positivo en un ambiente democrático expresar puntos de vista distintos, expresar molestia en los casos que lo ameriten, sin embargo ello debe ir acompañado de la responsabilidad de coadyuvar en la búsqueda de soluciones. Decía Víktor Frankl poniendo el ejemplo de los Estados Unidos que a la Estatua de la Libertad en la Costa Este le faltaba otra Estatua de la Responsabilidad en la Costa Oeste.
Si no somos capaces de entender nuestra responsabilidad en el conjunto y la importancia de la participación constructiva —con esfuerzo— en el espacio público no podremos llegar a ser una sociedad verdaderamente democrática. Dinamitaremos los avances que tanto costaron a las dos generaciones anteriores.
Nos encontraremos en un escenario distinto, el que hace un siglo José Ortega y Gasset denominó hiperdemocracia: sistema disfuncional de la sociedad masificada en que todo mundo se siente con derecho de todo sin responsabilidad de nada.
Rector general de la Universidad Panamericana-IPADE