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Hace algunos días fuertes vientos, de hasta 75 kilómetros por hora, sorprendieron a la Ciudad de México derribando árboles, anuncios espectaculares, lonas y bardas. Se trató de los vientos más fuertes en décadas, provenientes de la tormenta invernal número 11 y los frentes fríos 45 y 46 que atravesaron el norte y occidente del país. En la CDMX se suspendieron clases. En total fueron 12 estados afectados por nieve, aguanieve y rachas de viento a lo largo del país. En la CDMX el fuerte viento dispersó la contaminación.
De forma imprevisible —pocos días después— la disminución en la velocidad de los vientos, la intensidad de los rayos solares y la creciente afluencia de vehículos generó una concentración de ozono tal que llevó a las autoridades a decretar la primera contingencia ambiental por ozono desde 2002.
Dos fenómenos extremos en pocos días son un llamado de atención sobre el deterioro cada vez más acelerado del medio ambiente. Si bien es cierto que la conciencia ecológica se ha desarrollado de forma importante en los últimos años, que las medidas para frenar el deterioro ambiental se han robustecido y que los gobiernos del mundo tienen al medio ambiente en el centro del discurso público, la velocidad del daño es mayor que la construcción de los remedios.
El deterioro ambiental tiene como origen la revolución industrial. Los avances tecnológicos empoderaron al hombre haciendo que sus acciones adquirieran un enorme peso con relación al planeta. Durante siglos el hombre estuvo en el mundo y su actuación con relación a él era poco relevante. Según Hans Jonas, filósofo conocido por su influyente obra El principio de la responsabilidad: “Antes de nuestra época las intervenciones del hombre en la naturaleza, tal y como él mismo las veía, eran esencialmente incapaces de dañar su permanente equilibrio superficial”. Ahora el paradigma ha cambiado drásticamente.
De ser dueño del mundo se pasó a la explotación y de la explotación a la sobreexplotación. Hoy el mundo se ha empequeñecido, afectado de constante amenaza de parte del hombre. El gran empoderamiento que ha adquirido ha crecido su nivel de responsabilidad ética.
En ese sentido, el problema ambiental es de orden ético y antropológico: aun cuando parezca que se trata de un tema externo, técnico, el cuidado de la naturaleza, así como el daño que se le ha ocasionado depende de la voluntad de hombre. El papa Francisco en su reciente Encíclica Laudato Si´ señala que “La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiestan los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”.
La CDMX es una de las ciudades más contaminadas del mundo, el estilo de vida que en ella se ha construido hace prácticamente imposible encontrar soluciones definitivas. Si bien es cierto que el problema ambiental es global y que cualquier solución en esta materia debe estar armonizada con medidas tomadas en otras latitudes, el conjunto de los habitantes de la CDMX somos responsables del cuidado de nuestra casa común. No se trata de un tema de la sola responsabilidad del gobierno de la CDMX, la ciudadanía está obligada –éticamente— a impulsar y apoyar las medidas que tomen las autoridades. Medidas que por proteger un bien común de tanta trascendencia están por encima de los derechos individuales.
Rector general de la Universidad Panamericana-IPADE