Los triunfos del PAN este año le abrieron el camino para regresar al poder en 2018, que parecía cerrado. En 2012 se fue al tercer sitio, desde donde parecía difícil que pudiera recuperar el poder en sólo seis años. Ahora dicha posibilidad no puede descartarse. A eso ayuda el desastre del gobierno actual, así como los triunfos panistas de este año. Pero esas victorias también sembraron la cizaña de la división pues su novel presidente, Ricardo Anaya, adquirió con ello fichas para competir por la candidatura con buenas probabilidades. De ahí la reacción de sus rivales exigiéndole que elija entre ser juez o parte; continuar como presidente del PAN o renunciar al cargo para competir por la candidatura en igualdad de condiciones. Cierto que desde el partido Anaya se promueve, cerrando la distancia con Margarita Zavala, además de que nuevos triunfos del partido en 2017 serían más fichas para competir por la candidatura. Y bien sabe Anaya que de renunciar ahora a la dirigencia del partido, probablemente se caería en las encuestas, dejando el terreno despejado a Margarita. Por eso difícilmente va a renunciar.

Tiene razón por otro lado Anaya cuando dice que nada en los estatutos panistas ni en la ley electoral le impide mantenerse en la presidencia de su partido hasta los comicios del año próximo, y sólo entonces renunciar. En todo caso, se asume que una candidatura de cualquier partido está vinculada al buen desempeño de los aspirantes desde los cargos que ocupa. Entonces Anaya lograría su candidatura (si acaso lo logra) a partir de su buen desempeño como presidente del Partido, no por algo que haya hecho antes (no tiene una trayectoria espectacular). ¿Por qué sus logros electorales no podrían ser premiados con una candidatura? Y si cosecha otros más en 2017, con mayor razón. ¿Por qué pedirle que se retire antes de tiempo? Es como si se le exigiera a algún gobernador con aspiraciones que renunciara desde ahora a ese cargo (por ejemplo Eruviel en el caso del PRI), o que lo hicieran los miembros del gabinete (Ernesto Cordero renunció hasta muy poco antes, y Josefina Vázquez no renunció a su diputación con mucha anterioridad). ¿Por qué ahora sí? Se argumenta que porque el presidente del partido funge y debe fungir como árbitro de la contienda interna. En efecto, pero Anaya responde que eso será cuando inicie el proceso interno, y entonces él ya optará por ser árbitro o contendiente. Mientras tanto, dice ser “director técnico”, del equipo (frente a sus partidos rivales), no el “árbitro” de la contienda interna.

Sin embargo, en la medida en que el cargo sí le da ventajas a Anaya, un triunfo suyo tras los comicios del año que viene sería interpretado por sus rivales internos como resultado de esas prerrogativas, por lo que podrían considerar ilegítima su victoria. Y en tal caso, el posible triunfo del PAN en 2018 se esfumaría en automático. Los calderonistas parecen advertir que de no renunciar pronto Anaya a la dirigencia panista, en caso de ganar la candidatura habrá un conflicto (suficiente para echar por la borda las posibilidades del PAN). Y parecen dispuestos a cumplir su advertencia (¿amenaza?). Desde luego los calderonistas dicen que Anaya puede competir desde fuera del partido, pero hoy por hoy eso le representaría una casi segura derrota en la contienda interna. Por lo cual los calderonistas parecen estar exclamando: “o Margarita o nadie”. ¿Habría algún punto de negociación que pudiera alcanzarse entre ambos bandos? Quizá. Me imagino que lo que más molesta a los calderonistas es el uso de los spots institucionales que hace Anaya, pero también el nombramiento de candidatos a modo (a menos que sepan algo más grave que no se haya ventilado a la opinión pública). Anaya podría renunciar a esos spots para continuar sin reclamo en la dirigencia partidista. Así no habría contradicción entre aspirar a la candidatura y preservar la dirigencia nacional del PAN. Pero esa negociación no se ve nada sencilla, pues nadie parece dispuesto a ceder.

Profesor del CIDE.

@JACrespo1

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