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El avaro teme ser pobre. Acumula y ahorra para nunca sufrir penurias. Lo paradójico es que, en el proceso, termina por compartir muchos de los atributos que definen al pobre. Así, llega al lugar que buscaba evitar desde el principio.
Esta misma paradoja se repite con los budistas. Ven las mil maneras en que el sufrimiento arruina sus vidas, y como saben que la causa del sufrimiento es la pérdida o la amenaza de pérdida, deducen que esta puede eliminarse si se elimina su causa, que es el apego a las cosas o personas. Para no sufrir por la muerte de algún ser querido, eligen desapegarse del ser querido antes de que este muera; para no sentir la angustia de su propia muerte, eligen que no exista nada importante en sus vidas. Como el avaro, que elige vivir como pobre por miedo a ser pobre, el budista elige a la muerte y sus atributos para adelantarse a la muerte, a la que tanto teme.
Esta rara felicidad de los budistas es la felicidad de las piedras y los ríos, no la de los hombres. No se parece nada a tener un alma que palpita y duda y siente frío frente a las distintas experiencias a las que la vida nos expone. Claro, el budista no sufrirá jamás la frustración de no haber cumplido sus deseos, pero tampoco sentirá el aterciopelado placer de haberlos conquistado en la enésima e improbable batalla. Jamás lo traicionará su mejor amigo, ni sufrirá la pérdida mortal de la mujer a la que amó con locura, precisamente porque ha renunciado a ser vulnerable cultivando mejores amigos o amando mujeres con total abandono. No habrá para él algo caro, superior o sagrado: todo gozará del mismo estatus de vaciedad absoluta. Y si bien logrará, con esta estrategia, eliminar al sufrimiento de su vida, eliminará también todo aquello por lo cual vale la pena vivir: algo –una mujer, la familia, realizar algún milagro, sea conquistar un territorio o completar una colección de estampillas– que amerite su devoción absoluta. ¿Qué declarará el budista al final, al pasar por la aduana? ¿Qué carga demostrará su participación en la vida? Sólo le quedará el Nirvana, que es otra forma de decirle a la nada.
Intentar un prodigio, a sabiendas de que al final quedará desolado como una estatua que enfrenta el desierto, no es otra cosa que una locura. Pero es cuando menos una locura heroica. Pretender que el mundo importa cuando no importa en absoluto, hacer todo por avanzar aun cuando sepamos que adelante no nos espera sino la extinción, es el absurdo gesto que define al hombre, y quizá sea lo único que deba rememorarse cuando nuestra especie sólo exista en los libros de arqueología de alguna raza futura.
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