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La política está en crisis en México y en el mundo. Lo está porque quienes se dedican a ella, los políticos, han dejado de representar dignamente a las personas. Más aún, los partidos políticos, organizaciones a través de los cuales se accede a los cargos públicos de elección popular, se han vuelto clubes cerrados.
En México, por si lo anterior no fuera suficiente, pareciera que la actividad política está reservada para quienes tienen mucho dinero, para quienes representan intereses que proveen de fondos o para quienes se organizan ya sea para crear un partido o tomarlo por asalto. Estar activamente en la política, además de ser de alto riesgo, resulta ser muy caro. El trabajo político es muy intensivo en tiempo; requiere de estar en contacto con muchas personas todo el tiempo. También es muy intensivo en buena información. Además, tiene un alto costo mantener estructuras y servicios para la cercanía con el electorado. Esto es aún mucho más caro para los nuevos.
En breve, dados los altos costos de transacción para incursionar y mantenerse en la política, cada vez es más difícil que la política atraiga y retenga talento. La pobreza en la capacidad de propuesta es resultado de que cada vez vemos menos talento y menos mérito. Para comprobar lo anterior, y no vernos a nosotros mismos, sólo constatemos lo que aconteció con nuestro vecino del norte.
El círculo vicioso en el que ha caído la política provoca un mayor desdén y descontento con los casos de corrupción, conflictos de interés y tráfico de influencia. En México hay una gran decepción porque la apertura democrática se ha quedado muy corta de las expectativas que había creado. Gobernadores electos con mayorías significativas tienden a despacharse con la cuchara grande por falta de contrapesos. Localmente no ha habido poder público que contenga su codicia y abuso. Este mal corta parejo, la corrupción no discrimina color partidista o género. La impunidad observada es una gran fuente de indignación.
¿Por qué ahora en México estamos más molestos que antes con la corrupción? Tengo una hipótesis: porque ahora sí sentimos que la corrupción afecta dramáticamente nuestros bolsillos. En México la corrupción fue tolerada porque los elevados volúmenes de extracción petrolera y los altos precios del petróleo evitaron el alza en los impuestos y los precios y tarifas del petróleo y la electricidad. Estos factores le hicieron la vida fácil a los gobiernos en turno. En 2006 cada peso de gasto neto del gobierno federal se cubría con 51 centavos de impuestos. En contraste, en 2016, al descontar los ingresos del remanente de Banco de México y su utilización para capitalizar a Pemex y CFE, del gasto gubernamental (incluidos los subsidios, programas sociales, participaciones a los gobiernos estatales y municipales, así como las aportaciones, costo financiero, pago de pensiones) poco más de 70 centavos de cada peso se cubrieron con nuestros impuestos. Si bien esta relación es muy buena desde el punto de vista de solvencia de la deuda pública, no es lo mismo cubrir el gasto público con el uso de recursos no renovables como el petróleo que hacerlo con impuestos.
Esta nueva realidad es la que automáticamente hace a la gente más consciente de lo que le cuestan sus gobiernos. Si a esto se le agregan aumentos a los precios de la gasolina, se cataliza el descontento. La tarea que tienen ahora los cinco integrantes del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrupción es inmensa. Su labor será exitosa en la medida que con tiros de precisión logren cambiar las conductas de corrupción que se mantienen impunes para promover con ejemplaridad el trabajo público honesto. También tendrán que seleccionar estratégicamente dependencias, programas y capítulos de gasto público susceptibles a la corrupción. De igual forma será fundamental para que su trabajo goce de prestigio y reconocimiento que tengan en la mira todas aquellas funciones que tienen en sus manos la libertad y la seguridad de las personas. Por nuestro bien, mucho éxito a los cinco comisionados.
Economista.
@jchavezpresa