Donald J. Trump (DJT) ya es el presidente de los Estados Unidos. Juró que hará respetar la Constitución de su país. Para ser diferente al protocolo político, lo hizo sobre dos biblias: la que se ha usado desde Abraham Lincoln y la que DJT tiene desde la infancia. Se apegó al guión y trató de mostrarse presidencial. Quiere asemejarse al presidente Andrew Jackson, quien en 1829 también le ganó al “establishment”, a la clase política y empresarial de ese entonces.

En su mensaje ejecutivo de toma de protesta no mencionó a México específicamente; tampoco se refirió al muro ni al TLCAN; trató de ser incluyente; prometió gobernar para todos los estadounidenses independientemente de raza, credo, preferencia sexual o de género. No obstante este matiz, su juego ofensivo persiste, y en su discurso fue fiel a las promesas de campaña y a sus “twitts” postelectorales.

En términos muy concretos lo especificó con tono suave pero con firmeza: primero Estados Unidos (EEUU), (siempre lo ha sido); fue explícito en la protección de sus fronteras y crítico de otros países que “han dañado su producción, que se han robado a sus empresas y han destruido sus trabajos”. Por ello se compromete darle prioridad a los trabajadores y las familias estadounidenses; comprar lo hecho en EEUU y contratar a estadounidenses; patriotismo sin prejuicios, por citar algunas relacionadas con los temas económicos.

Creer que ya empezó a cambiar de opinión respecto a México, sería ingenuo; quizá modere el tono y el lenguaje como presidente, pero la intención permanece. Está en su naturaleza de empresario de bienes raíces: arrinconar a la contraparte para comprar barato, y luego vender caro para que sea un negocio redondo. Eso no lo va a cambiar, como nunca cambió Barak Obama su naturaleza de buscar ampliar el Estado de bienestar al extender la cobertura de servicios de salud.

Entra México a un momento crucial de su historia para el cual tiene que terminar de prepararse. La preparación consiste en tener los márgenes para aguantar y negociar. Sin lugar a dudas México posee ahora un andamiaje constitucional y legal más sólido para fortalecer la educación, las telecomunicaciones y el sector energético. Sin embargo, tendrá que apurarse la administración federal en una puesta en práctica eficaz y eficiente para que los mexicanos sientan los beneficios de los cambios. El Poder Judicial tiene que dar la certeza jurídica que demandan los negocios para que México, independientemente del TLCAN, sea atractivo.

Desde fines de 2014, el cambio en el entorno internacional tomó por sorpresa a las finanzas públicas: no tenían prevista una fuerte baja en el precio del petróleo, como tampoco la drástica reducción en la producción petrolera, ni la desaceleración del comercio mundial.

La conducción de la hacienda pública es muy diferente cuando el precio del petróleo ronda los 100 dólares por barril, se tienen 450 mil barriles de petróleo de producción adicionales a los actuales, y la balanza comercial de hidrocarburos es superavitaria. Para hacer frente a la volatilidad que ya está presente en el tipo de cambio, es fundamental que el gobierno federal aumente el ahorro público. Esto incluye que el superávit primario, esto es que los ingresos fiscales superen al gasto público sin incluir el costo financiero de la deuda pública, sea muy superior al actual. Durante la negociación del TLCAN, el superávit primario de esos años fue de 6 puntos porcentuales del PIB, cantidad suficiente para pagar los intereses sobre la deuda de ese entonces. Hoy apenas el superávit primario previsto para 2017 es del 0.4% y el costo financiero de la deuda de 2.8%. Esto deja abierto un flanco muy débil al financiamiento del déficit en la Cuenta Corriente, esto es al ahorro externo que necesitamos para crecer. La Cuenta Corriente es la diferencia entre el valor de lo que exportamos e importamos tanto en bienes y servicios, incluyendo el pago de intereses sobre la deuda externa y la deuda interna en manos de extranjeros, así como los ingresos de turismo y las remesas.

Los twitts del presidente electo Trump, para frustar importantes proyectos de inversión en la industria automotriz, han sido determinantes en la depreciación del peso frente al dólar. La inversión extranjera directa, componente importante para cubrir el déficit de la Cuenta Corriente, al inhibirla obliga a compensar con un mayor superávit primario que es responsabilidad gubernamental.

En el horizonte también hay otra amenaza: DJT prometió bajar los impuestos a los estadounidenses y a su vez emprender el programa de inversión más ambicioso en infraestructura pública desde la Gran Depresión. Esto por sí mismo nos afecta: se sabe que habrá nuevas reglas tributarias, pero no se sabe en qué consisitirán. Entre las propuestas tributarias está beneficiar la exportación de bienes de EEUU y gravar las importaciones que entran a su país, pues ellos no cobran IVA a las importaciones.

Y todo esto queda comprendido en las palabras tersas y matizadas del presidente DJT. Pongámonos a trabajar más duro que nunca, o la historia nos lo reclamará, porque para nosotros México es primero. La responsabilidad recae en los políticos, los empresarios y líderes sindicales. En nosotros está el demandarlo y en cumplir con nuestra amplia gama de obligaciones.

@jachavezpresa

Economista.

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