A la lista de pecados capitales hay que agregar uno: el de la mezquindad colectiva e individual; la Real Academia de la Lengua Española lo aclararía como “al cercenar lo que se ha de dar, acortándolo todo lo posible”. Es lamentable cómo hemos escatimado el apoyo que todos debemos a la educación pública de nuestro país. O si quisiéramos hacer más específico uno de los pecados capitales conocidos, habría que acusarnos de pereza colectiva para reclamarnos a nosotros mismos lo que no estamos haciendo a favor de la educación pública.
Es paradójico que un grupo de maestros inconformes, esto es los maestros agrupados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), estén poniendo en jaque la reforma educativa que aprobó el Constituyente permanente. La paradoja radica en el hecho de que sean los maestros que han secuestrado la educación pública en los estados de Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán (los de peor desempeño para dotar a nuestras niñas y niños de educación con capacidades adecuadas para leer, escribir, para las matemáticas y para pensar), los que ahora son presentados como víctimas de la reforma educativa. Se manifiestan afectando los derechos de terceros bloqueando los accesos a autopistas, vialidades de ciudades. Protestan porque no quieren perder la privatización que lograron a favor de sus agremiados de los recursos públicos destinados a la educación pública (ejemplo: el IEPO).
La aprobación por las dos cámaras del Congreso de la Unión (Diputados y Senado de la República) y más de la mitad de los Congresos estatales nos representaron y votaron por la necesidad de devolver al Estado la rectoría de la educación pública básica. Es loable que nuestros políticos hayan acordado al principio de este sexenio dentro del Pacto por México la reforma educativa que fue promulgada en febrero de 2013.
La educación es la que nos hace ser y nos da el potencial para un desarrollo individual y colectivo. La buena educación pública es la que explica, junto con el proceso de industrialización y urbanización del país, el milagro económico de México, el llamado “desarrollo estabilizador” que nos dio altas tasas de crecimiento económico sostenido con bajas tasas de inflación y aumento del salario del trabajador en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Hoy la amplia brecha entre quienes tienen poco y quienes tienen más se da porque quien no está bien formado no puede acceder a los puestos mejor remunerados. La pésima educación pública que predomina en el país explica el subdesarrollo del sureste de México, eso sin reconocer que existan planteles a todos los niveles educativos que son prueba de que la educación pública sí puede ser de excelencia. Me debo a la muy buena educación pública que recibieron mis padres y quienes tomaron la decisión de privarse de lujos para que mis hermanas y yo recibiéramos una mejor educación que la que ellos recibieron. Sí ofende que la reforma, aprobada nada más y nada menos que por el Constituyente permanente ahora esté amenazada por una minoría que no tiene ni legitimidad ni representatividad.
Si no nos convence el argumento de que la reforma educativa es importante por la propia naturaleza que tiene para que el Estado asegure una educación pública de calidad, entonces que sea cuando menos lo que nos pega en el bolsillo. Nos atañe a todos salir a defender la reforma educativa porque la función del Estado que más recursos se lleva de nuestros impuestos es la educación pública. Tan sólo todo lo que se recauda por IVA, el impuesto más vituperado, sólo alcanza a cubrir el 94% de la educación pública nacional. El IEPS de los combustibles no cubre el costo de la educación pública básica. Es imposible que México avance con inclusión social si las contribuciones no ayudan a que la educación pública dé resultados.
El país ha avanzado sin lugar a dudas en cobertura y en incrementar el número de años de escolaridad, así como en el número de maestros en aulas públicas. Pero eso es por mucho insuficiente. Es el momento de apostarle a la calidad y la calidad sí pasa por la evaluación del maestro. No estamos inventando el hilo negro. La capacitación y destreza del maestro son fundamentales, por ello la reforma educativa empieza con ellos. Es indispensable que aquéllos que se dicen maestros, pero que son los que extorsionan a quienes sí lo son por vocación, sean separados de las aulas. Para lograr una mejor educación pública hay que cumplir un conjunto mínimo de reglas. ¿Qué peor corrupción pública puede haber cuando una minoría organizada se opone para que nuestras contribuciones logren un México más incluyente?
Economista.
@jchavezpresa