Los problemas de contaminación del aire por las emisiones de los automóviles, camiones de transporte de personas y de carga en Ciudad de México no son recientes. Tampoco son resultado de un accidente. Obedecen a un proceso que de haberse planeado no pudo haber salido mejor. Sin embargo, lo lamentable de toda esta tragedia que pagamos los capitalinos con una restricción a nuestras libertades, con una pérdida incalculable en nuestro tiempo, es que no se debe a falta de ingresos en la CDMX.
La hacienda pública de la CDMX es quizá una de las más sólidas del país. De manera muy especial destaca su fortaleza en la recaudación de ingresos propios. Visto por el lado de los ingresos, la hacienda de CDMX es muy sui generis; en CDMX desde que era un departamento de la administración pública federal el erario recaudaba el impuesto predial, mientras que esto se ha reservado en los gobiernos estatales sólo a los municipios. En CDMX, sin endeudamiento y aportaciones federales, los ingresos propios que recauda la Tesorería del gobierno de la CDMX representan el 50% del total de ingresos que incluyen participaciones federales. En la gran mayoría de los gobiernos estatales las participaciones federales representan el 90% del total de ingresos, sin aportaciones y endeudamiento.
También el gobierno del antiguo DF es un gran recaudador del impuesto sobre nómina, pues goza de la ventaja de tener como principal contribuyente al gobierno federal. El beneficio de ser capital consiste en que puede recaudar el impuesto sobre nómina de la mayor parte que causa las remuneraciones a la burocracia federal.
No obstante esta fortaleza fiscal, el gran problema que sí padecemos los habitantes en CDMX es que ese monto elevado de ingresos no luce por el lado del gasto público. El destino que tienen nuestras contribuciones, además de ser poco transparente, no es para cubrir debidamente los servicios públicos. Y cómo no van a ser deficientes los servicios públicos si se descuidan tanto el mantenimiento como la inversión pública para ampliar infraestructura. Por eso la cantidad de baches, banquetas en pésimo estado, puentes peatonales descuidados, vagones del Metro deteriorados, etc.
Tengamos presente que detrás de todo buen servicio hay una buena infraestructura. O dicho de otra forma, sólo con una infraestructura suficiente puede haber buenos servicios públicos. La seguridad pública requiere de una buena inversión en tecnología de información, como cámaras de televisión conectadas a un centro de control. Posiblemente ahí ha habido avances con resultados palpables en ciertas áreas de la ciudad. En contraste, donde es evidente que la inversión pública se ha quedado rezagada es en transporte público, de manera particular en el Metro. Aquí en CDMX los gobiernos que se han autodenominado de izquierda han entendido el transporte público como cultivar clientelas como las de los panteras, los microbuseros, peseras y chimecos con placas metropolitanas por sólo mencionar los más importantes.
Como lo revela la Cuenta Pública del Distrito Federal, a la cual le prestamos muy poca atención, el problema de la asignación del gasto en el GCDMX es precisamente la poca inversión. En 2014 del total de los egresos públicos, descontando el costo financiero de la deuda pública, sólo el 3.4% se destinó a inversión pública. Para poner en contexto esta cifra, basta compararla con la inversión pública del gobierno federal (sin Pemex, CFE y sin contar todas las paraestatales). La razón gasto público, sin costo financiero y sin participaciones, a inversión pública es de 16.9%, y 21.2% si en el denominador de este cociente descontamos aportaciones federales.
Este dato es escandaloso y da escalofríos. Es inconcebible que una ciudad capital como Ciudad de México destine un monto ridículo para dar soporte a los servicios que demandan cerca de 9 millones de personas. Para que el transporte público sea suficiente y sea de calidad simplemente requiere de muchísima más inversión de la que se ha destinado en los últimos 18 años.
Hay una política de gasto público para cultivar clientelas y ganar elecciones. Aceptémoslo y reconozcamos que es lo que ha votado el electorado en la Ciudad. Es inútil lamentarnos del Hoy No Circula recargado para responder a las contingencias ambientales. El voto popular ha sido muy claro: no quiere buen transporte público, lo sí quiere son regalos. En nuestras manos estará cambiarlo.
Economista.
@jchavezpresa