Desde hace más de 20 años la economía mexicana ha sido una importadora neta de combustibles automotrices. Si bien en un principio no rebasaban el 15% del consumo nacional, de 2007 a la fecha la dependencia del exterior ha ido en aumento. En 2015, de cada 100 litros de gasolinas que las franquicias de Pemex nos vendieron, Pemex importó 53 litros y los restantes 47 provinieron de sus refinerías. Para diésel, el suministro interno también se logró cubrir con importaciones. Para ese mismo año, de cada 100 litros de ventas internas, 35 se importaron y los 65 restantes los produjeron las refinerías nacionales.
Dado el récord anterior era difícil pensar que en el corto plazo pudieran reducirse las importaciones. Sin embargo, también era un absurdo concentrar las importaciones en una sola instancia. Las necesidades de los mexicanos le hemos quedado muy grande al monopolio de Estado. De ahí la relevancia del cambio de paradigma con la reforma energética, la cual abre a la competencia la producción, importación, transporte, almacenamiento, distribución y venta de combustibles obtenidos de los hidrocarburos. La reforma aprobada estableció plazos prudentes. Sin embargo, con la fuerte caída del petróleo y la desastrosa situación financiera, de administración y de producción en la que se encuentra Pemex, obligaban a un cambio de capitán y a un golpe rápido de timón. El primero se dio la semana pasada, y el segundo lo anunció el presidente Peña este lunes en Houston al adelantar la fecha para la libre importación de gasolinas.
El lugar y la ocasión eran propicios para dar a conocer ante los inversionistas extranjeros esta medida. La razón es simple: ante la debilidad de la economía global, México, como cualquier otra de las economías emergentes importantes, está en la competencia por atraer inversiones para crecer y desarrollar sus distintos mercados de bienes y servicios. De hecho, el modelo de monopolio para atender la demanda de combustibles era de muy alto riesgo, no sólo por aspectos de seguridad industrial, sino también porque dentro de Pemex todas las inversiones en esta área competían en desventaja con las de la exploración y producción.
Toda la cadena de valor relacionada con los combustibles es muy intensiva en capital, el cual le hace falta a Pemex para otras actividades y a la economía mexicana para poder lograr el objetivo final: un mercado de gasolinas y diesel con la capacidad de asegurar un suministro oportuno, confiable, sin accidentes, amigable con el medio ambiente y respetuoso con el consumidor.
Para poder lograr precios más bajos de las gasolinas y el diésel, sin pensar en la solución característica de los demagogos de bajar los impuestos, es sólo con fuertes inversiones en la infraestructura en puertos para disponer de las instalaciones de carga y descarga de las importaciones. La logística del suministro de combustibles es complicada para recibir, almacenar, transportar, distribuir y entregar al consumidor final.
Hoy la única marca de gasolina que existe en México es la de Pemex, y lo seguirá siendo hasta que se cumpla la fecha para la liberación de marcas.
Haber adelantado la fecha de liberar las importaciones es sólo uno de los muchos pasos que todavía deben darse para lograr ese gran objetivo de pasarle la estafeta a las fuerzas de demanda y oferta de mercado la responsabilidad de atender al consumidor. Esto es, que los márgenes de los distintos distribuidores y vendedores finales de gasolina entren en franca competencia. Las intenciones de la reforma energética son muy buenas, pero para que verdaderamente logren su cometido necesitan de muchísima inversión y de muchos inversionistas que traigan al mercado a muchos jugadores. Y todo esto requerirá a su vez de directivas bien diseñadas y luego muy bien ejecutadas y supervisadas. Esto último es lo que le corresponde hacer a todo el aparato gubernamental que se construyó para sustituir el paradigma del monopolio. La reforma energética es un proceso de etapas bien consolidada; va más allá de una fecha de promulgar cambios en la Constitución.
Economista. @jchavezpresa