Durante 2015 la economía mexicana se ha visto afectada por perturbaciones fuera del control de las autoridades fiscales y monetarias. Las encuestas de expectativas de los analistas económicos de hace un año no vislumbraban una depreciación tan abrupta del peso mexicano frente al dólar de Estados Unidos, como tampoco previeron una caída tan fuerte del precio del petróleo. Por el lado interno, la disminución de la producción petrolera tomó por sorpresa a las autoridades, a juzgar por lo contemplado en los Criterios Generales de Política Económica de 2015.

Estas perturbaciones, a las que se suma un debilitamiento en la tasa de crecimiento de la economía global, y por ende en la demanda de nuestras exportaciones no petroleras, contribuyen a explicar el porqué la tasa de crecimiento para México será menor a la esperada. Como ejemplo de cómo la economía global se manifiesta en nuestra economía está la minería. Los bajos precios de los metales han afectado a la actividad minera de nuestro país, la cual ha caído consecutivamente durante los últimos seis trimestres.

Con base en el crecimiento económico anual al tercer trimestre de 2.6%, publicado ayer por Inegi, la SHCP confirma su pronóstico para 2015: lo mantiene entre 2.0 y 2.8%. Con este aumento del PIB, la economía mexicana registra para el periodo enero-septiembre una tasa de crecimiento de 2.5%, ligeramente mayor a la observada durante el mismo lapso de 2014 que fue de 2.1%.

Dicho lo anterior, ¿qué puede afectar o beneficiar a la economía mexicana durante 2016? Desde luego está el crecimiento de la economía global y de manera particular el de Estados Unidos. De ahí que la decisión de política monetaria que vaya a tomar la Reserva Federal es tan importante para México. La expectativa generalizada de que la Reserva Federal iniciará el proceso para elevar la tasa de interés de corto plazo, y que el Banco Central Europeo continuará con estímulos monetarios para contrarrestar la debilidad económica y la baja inflación, alientan la volatilidad de los tipos de cambio y un fortalecimiento del dólar.

Sin embargo, si bien un dólar fuerte quita competitividad a la industria manufacturera de Estados Unidos, para México esto puede resultar una muy buena noticia por dos razones fundamentalmente. Una, gracias al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, la producción manufacturera de allá encontrará muy atractivo trasladarse a México. Y dos, México, al ampliar su capacidad de gasoductos para poder acceder a la oferta de gas natural barato de Estados Unidos, podrá volverse más competitivo con tarifas más bajas de electricidad para la industria. Aquí es donde se verá reflejada una de las mayores ventajas que da a México su reciente reforma energética.

Si esto es bueno para la economía mexicana, esto contrasta con el impacto en las finanzas públicas. El alza en la tasa de interés implica un mayor costo financiero de la deuda pública, en especial para las nuevas emisiones de deuda. Y la depreciación del peso frente al dólar trae como consecuencia un aumento en el saldo de los pasivos denominados en esa moneda.

A esto habrá que agregar el compromiso del gobierno mexicano de reducir el déficit público en medio punto del PIB durante los próximos años. De esta forma, los requerimientos financieros del sector público llegarán a reducirse para 2018 a 2.5% del PIB. Como lo describe la reciente evaluación del Fondo Monetario Internacional (FMI), de continuar la política fiscal mexicana con esta disciplina, el cociente deuda pública a PIB podrá estabilizarse en 52%, que es uno de los más bajos entre países de la OCDE.

Y hablando de esta evaluación, vaya reconocimiento que hace el FMI al ajuste fiscal mexicano: la caída de los ingresos petroleros de cuatro puntos del PIB se compensó con los incrementos en la recaudación del ISR, IVA y los IEPS a los combustibles automotrices durante un lapso de dos años. Pocos países logran estos ajustes en lapsos tan cortos de tiempo.

Economista.

@jchavezpresa

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