No es casual que Tlatelolco y Ayotzinapa, las más dramáticas tragedias del México contemporáneo, hayan involucrado a jóvenes estudiantes indefensos; como si “el sistema” pretendiera eliminar en la cuna el nacimiento y desarrollo de la democracia.

En ambas tragedias los culpables estuvieron cubiertos en todo momento por los “misterios” del poder para hacerlos intocables. Según el presidente Díaz Ordaz, la matanza de Tlaltelolco “salvó al país” (¿de qué, del comunismo?). Esa actitud arrogante ha impedido encontrar una solución que merezca seriedad y respeto. Y aunque los hechos de Tlatelolco apuntaron desde el principio al ex Presidente (que estaba obsesionado con celebrar “sus” Juegos Olímpicos), el mandatario eligió un extraño juego de palabras para aceptar al final de su gobierno una responsabilidad a medias, pero sin “culpabilidad”.

En su penúltimo Informe de Gobierno Díaz Ordaz, siempre soberbio, sacó el pecho y mostró la banda tricolor, que él consideraba parte de su sagrada “investidura”. Asumió la responsabilidad “política, moral, histórica y social” de la tragedia, pero no la culpa.

En Ayotzinapa estamos a mitad del camino, pero la segunda gran tragedia nacional amenaza con descarrilar al gobierno actual; le quitó relevancia a las reformas, le arrebató al Presidente el brillo del Mexican moment y dañó nuestra imagen en el exterior. Nos hizo caer en el juego de “dimes y diretes” que tanto disfrutamos: “de tin marin de dos pingüé…”.

El procurador general se cansó y aventó el arpa, no sin antes apresurarse a cerrar el caso con un reporte de “conclusiones” al que le dio el dramático título de “verdad histórica”, que se derrumbó cuando aparecieron los expertos de Austria y Argentina.

En esta segunda tragedia hay un centenar de funcionarios menores sospechosos y algunos en la cárcel, pero sin el debido proceso legal y sin sentencia. O sea que no tenemos nada. Una tragedia más que protege a los cuerpos de seguridad, que al fin de cuentas son el gobierno. El caso se apoya en dimes y diretes, y la culpa brinca del prepotente matrimonio de los Abarca, los amigos de AMLO (que discretamente han comenzado a desaparecer del radar), al gobernador, a la policía estatal, y de ahí a la Policía Federal; después al crimen organizado y finalmente al Ejército. Hay mucha tela de dónde cortar…

“Dos de octubre no se olvida”, cantan los jóvenes marchando año con año en el aniversario de Tlatelolco. No se olvida, gracias a Dios, pero tampoco se esclarece a plena satisfacción.

Las víctimas de Ayotzinapa son 43; las de Tlatelolco han oscilado entre 400 y 4 mil. Las organizaciones internacionales de Derechos Humanos han dicho que las desapariciones forzadas en México son más de 20 mil. Por eso los atribulados padres de los normalistas, con una chispa de esperanza, continúan exigiendo a los 43 “vivos, como se los llevaron...”

Analista político.

http://jorgecamil.com

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