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El domingo pasado un millón de personas marchó en Estados Unidos pidiendo la cabeza de Donald Trump (impeachment). El Presidente “triunfó” en unos comicios que continúan en tela de juicio, plagados de irregularidades y probables violaciones a la Constitución. La “petición del millón de americanos”, como la llaman sus organizadores, (“Petición”), está dirigida al Congreso y permite adhesiones por internet.
(Por si acaso, en expediente por separado continúa la acción para integrar una comisión médica que determine si Trump, que muestra señales de estar “chocheando”, es mentalmente capaz de gobernar).
La Petición al congreso acusa a Trump de “traición a la patria”, de haberse “coludido” con Rusia para manipular los resultados electorales que lo llevaron a la Casa Blanca. Por eso el lamentable show que Putin y Trump montaron en el G20 el viernes pasado fue un insulto a la inteligencia.
Nikki Haley, la joven e inteligente embajadora de EU en Naciones Unidas, resolvió con rapidez el “misterio” de los hackers rusos: “Quitémonos de tonterías, Putin y Trump saben que hubo intervención rusa, pero ninguno lo admitiría jamás”. La única opción era atraparlos in fraganti. Y eso es precisamente lo que le sucedió al incauto de Donald Trump jr. (En México diríamos que lo “chamaquearon”).
Durante la campaña Trump jr. se reunió en la famosa Torre Trump con el embajador ruso, que ya Putin se llevó a Moscú, y tal vez a Siberia, a salvo de demandas y comparecencias en las cortes de EU. El propósito de esa reunión clandestina era conocer a una abogada rusa con “conexiones en el Kremlin”. Embaucaron a Trump jr. con el cuento de que iban a entregarle en bandeja de plata la cabeza de Hillary Clinton. Todo era un cuento orquestado por el maestro ajedrecista Putin para tener en la mira la cabeza del joven Trump, y de pasada la del padre. Así fue como Trump, con ayuda de su “amigo” Putin, derrotó a Clinton.
Trump y sus secuaces, que incluyen en primer lugar al siniestro ultra derechista Steve Bannon, consumaron lo que hace más de un año califiqué en estas mismas páginas de “golpe de Estado”.
Trump mismo se encargó de darle a Clinton el tiro de gracia con una avalancha de decretos presidenciales destinados a destruir en unas cuantas semanas el raquítico legado histórico de Obama: el gran ganador, que hoy quitado de la pena usa gorra de béisbol con la visera hacia atrás, estilo rapero, y cobra un millón de dólares por “conferencias magistrales”.
La Petición pide al Congreso la “inmediata remoción” del vicepresidente Mike Pence, palero de Trump y corifeo de su administración. Vive agradeciéndole a Trump el “alto honor” de haberlo designado compañero de fórmula.
En mi colaboración de hace dos años terminé deseando que no explotara el escándalo de los hackers rusos, porque tenía la certeza que sería de mayores consecuencias que el Watergate. Y así fue. Trump tiene aún la única salida digna: la renuncia…
Analista político