La euforia de la globalización borró fronteras nacionales. Y eso, con reservas, fue precisamente lo que ocurrió en Europa tras la firma del Tratado de Maastricht en 1992: un documento que consolidó los esfuerzos diplomáticos de medio siglo para dar nacimiento a la Unión Europea.

Pero el triunfo electoral de Donald Trump y la inminente salida de Gran Bretaña de la Unión Europea parecen indicar que vamos de regreso.

Es cada vez más claro que Trump inició una revolución popular de consecuencias desconocidas. Debemos recordar que no es político profesional ni hombre de ideas. Es un audaz empresario inmensamente rico que cuenta con aciertos y fracasos.

El único que tiene la clave de los pasos a seguir en Estados Unidos es Steve Bannon, el misterioso superasesor que mencioné en una colaboración anterior, cuando me referí a la nueva ultraderecha que constituyó el corazón de la Revolución Trump.

Bannon asegura que es necesario operar tras bambalinas, pero rechaza comparaciones con Darth Vader, Satán o Dick Cheney, el siniestro vicepresidente de George W. Bush. Prefiere compararse con Thomas Cromwell, superasesor de Enrique VIII, que tras consolidar la Reforma murió ejecutado por traición. ¡Cuidado Bannon!

(El martes pasado recordé a Steve Bannon porque en un delirante evento de masas Trump presentó al presidente ejecutivo de Dow Chemical, y allí, en un foro abierto, le encargó formar un Consejo Consultivo de empresarios enfocados al empleo. Lo mejor vendría después. Para sorpresa de todos Trump anunció, dejando ver nuevamente la mano “no tan invisible” de Bannon, que se inclinaba por designar a Rex Tillerson como secretario de Estado. El texano es presidente ejecutivo del enorme conglomerado Exxon Mobil y amigo de Putin).

Mientras tanto, Hillary no acaba de aceptar la derrota. Estaba totalmente segura que sería “coronada” como primera presidenta de Estados Unidos. Hoy, cabizbaja y desanimada, analiza frente a los medios nuevas teorías que le ayuden a entender su inesperada derrota.

Hillary necesita rendir cuentas a sus donantes millonarios, sobre los mil millones de dólares aportados a una campaña que pasó rápidamente de la euforia al fracaso. Al borde de la locura asegura ahora que hackers dirigidos por el siniestro Vladimir Putin intervinieron en la elección a favor de Trump.

Para los aficionados a las teorías de conspiración hay una que pudiera tener éxito en Hollywood. El elenco involucra a tres personajes clave: en primer lugar Putin (presidente de Rusia, ex director de la KGB, admirador de Trump, y amigo de Tillerson, a quien le otorgó la máxima condecoración civil del gobierno ruso); después Rex Tillerson (poderoso petrolero texano, amigo personal de Putin y designado el martes pasado canciller de Estados Unidos); y en tercer lugar Trump, motivado y dirigido por Bannon. Los tres conspirando a un tiempo para controlar el mercado petrolero mundial…

Analista político

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