Lo más probable es que el próximo martes Hillary Clinton “triunfe” en Estados Unidos. Pero si usted asume que el triunfo se debe exclusivamente al libre voto ciudadano, estaría equivocado. Habrá, como sucede con otras supuestas democracias, una larga lista de factores, no siempre transparentes, que podrían influir en la elección.

Lo cierto es que el probable triunfo de Hillary jamás podría atribuirse a una popularidad que jamás ha tenido, porque hasta el último día de esta campaña de odios las encuestas mostraban que 67% de los electores no confía en la ex secretaria de Estado: la consideran propensa a ocultar la verdad y sumergida en una nube de corrupción. El problema es que tampoco confían en el populismo oportunista de Donald Trump.

Es casi seguro que el probable “triunfo” de Hillary esté sujeto a la acción de nulidad que seguramente preparan los abogados de Trump. Sus comentarios cada día más insistentes sobre un proceso que considera “amañado”, y su tendencia a generar conflictos lo dicen todo. Está acostumbrado a litigar contra todo lo que se mueve: esposas, socios, proveedores, autoridades… Se antoja preguntarle si en caso de perder estaría dispuesto a declararse “presidente legítimo”.

Así que olvídese de ideologías. Esta elección será un concurso de vanidades, entre la arrogancia de quien ya actúa como si fuese la “primera presidenta de la historia” y la conducta prepotente y vulgar de quien pudiera convertirse en el “primer empresario presidente”. Tal para cual: son los dos candidatos presidenciales más impopulares de la historia.

La diferencia es que el magnate, al no ser parte del “sistema”, está derribando tabúes y corriendo la cortina para que podamos asomarnos al sumidero en que se ha convertido el sistema político de Estados Unidos.

No puedo dejar pasar el tema de las “donaciones” millonarias a cambio de favores (pay to play) que Hillary y Bill reciben de países y potentados árabes para obras caritativas, pero que luego desaparecen en ese hoyo negro que es la “Fundación Clinton”, de donde salen lavados millones para viajes, hoteles de lujo y aviones privados de esta inverosímil pareja. Trump, por su parte, tampoco está libre de culpa. Diseñó una “estrategia fiscal” que le ha permitido no pagar un centavo de impuestos en 20 años.

Hillary declaró recientemente, con la arrogancia que la caracteriza, que con su nueva riqueza encuentra difícil identificarse con las tribulaciones de los pobres y las clases medias. También añadió despectivamente, como si estuviese hablando de alimañas, que colocaría a más de la mitad de los partidarios de Trump en una “canasta de deplorables sin remedio”.

Después de presenciar el triste espectáculo que han dado las campañas de candidatos sin propuestas ni planes de gobierno, es posible que muchos se sientan inclinados a colocar a los candidatos mismos en la “canasta de deplorables” de Hillary…

Analista político

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