En realidad, los debates electorales en México no dan demasiadas oportunidades para que el público visualice la capacidad y consistencia de las ofertas y discursos de los candidatos. Fueron diseñados a modo para el régimen priísta hegemónico y autoritario, cuando debatieron Ernesto Zedillo del PRI, Diego Fernández de Cevallos del PAN y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano del PRD, en 1994. En aquel encuentro, pudimos ver a los entonces candidatos a la presidencia de la República en el Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad, moderados por una mujer, Mayté Noriega.
Se trató de un intercambio de ideas diseñado y creado exprofeso para cuidar la imagen del candidato del régimen, obvio decir, el priísta. Zedillo era el más cuestionado y atacado de los candidatos, por eso era indispensable que no saliera a cuadro mientras escuchaba las críticas férreas de sus contrincantes. He ahí pues, el surgimiento del acartonado diseño que persiste y resiste los tiempos: participantes colocados en una posición fija y tomas casi exclusivas de sus rostros.
A decir verdad, con todo y sus limitaciones, los debates son válidos ejercicios democráticos; y así, mientras los candidatos hacen públicas sus diferencias en una misma locación y tiempo en cadena nacional, el público termina conducido en otro debate, en la deliberación de quién fue el -o ahora- la candidata que tuvo mejor desempeño al aire.
El martes pasado se vivió este ejercicio democrático entre los candidatos a la gubernatura del Estado de México; entre ellos dos mujeres, y moderados ahora por un hombre, comentario al margen. Muchos coincidirán, que en él Josefina Vázquez Mota ratificó que es la opción más seria y capacitada para ser la gobernadora de esta importante entidad de la República.
En esta exhibición de candidatos, cada uno nos convenció de algo. El candidato del PRI, Alfredo del Mazo, de que representa la continuidad de una forma de gobernar que abusa y hace negocios con el poder, que atiende ineficientemente los problemas de la inseguridad pública y la generación de oportunidades de desarrollo humano, que administra mal y corruptamente los recursos públicos, y que viene de una tradición familiar que ha demostrado anteponer sus intereses de grupo a los de los mexiquenses.
La maestra Delfina Gómez, la candidata de Andrés Manuel López Obrador, -que a estas alturas de la exposición de su perfil mesiánico y populista, ya no ha de saber si esto le ayuda o perjudica-, nos convenció de que sería una gobernadora al servicio de Andrés Manuel. Dicho sea de paso, eso no sería nada bueno para los mexiquenses, y dudo que lo permitan.
Y como adelantaba, y más allá del debate, Josefina Vázquez Mota convenció de que su propuesta es la más seria y mejor preparada, con mayor claridad y seguridad, y es en esencia la de poner en orden al Estado de México. A todas luces, es una política que ha madurado notoriamente en su visión y planteamiento sobre cómo llevar a cabo un gobierno que genere más que un cambio. Nos convenció también, de que tiene mayor estatura y consistencia política que sus contendientes. Lo que se escucha y se ve, es que definitivamente es la opción para la mayoría de los mexiquenses.
A muchos no les gustó este debate, y coincido en parte, el formato de antaño no permitió un cruce de ideas, propuestas y críticas más fluido e integral en cuanto a imagen y mensaje, y aun así dejó ver quién es mejor.
El martes, hoy, y el día de la elección, la mejor es Josefina. Su lenguaje corporal y gestual muestran la seguridad natural de quien es auténtico y no tiene compromisos obscuros, no así sus contrincantes, que se exhibieron manipulados, acartonados, echados para atrás y prefabricados. Nos convencieron pues, de esa gran diferencia entre ellos que habrá que recordar en las urnas.