El discurso es un recurso que puede llevar a un orador político a encabezar las más grandes gestas, o bien a exhibir sus más grandes defectos. En política, un discurso puede arrastrar a vivir derrota tras derrota, porque juega un doble papel, comunica el mensaje que el actor pretende posicionar entre el público, y a la vez proyecta un mensaje involuntario, no verbal y contradictorio, que el que escucha percibe e interioriza.

Ese doble lenguaje con el que se trata de persuadir e involuntariamente comunican su verdadera esencia los actores políticos, es común en los dictadores, en quienes hablan y hablan de democracia, libertades, derechos humanos, pluralidad y honestidad, y son los primeros en transgredirlos. Ejemplos, Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes nunca permitieron la existencia de una oposición organizada en sus países, aunque se autoproclamaban defensores de la voluntad popular, eso sí, solamente de aquella que pensara igual que ellos.

Ejemplo local, que ha tenido casi dos décadas para mostrarse tal cual es, es Andrés Manuel López Obrador. Un político que pretende proyectarse como un defensor de la honestidad, de la democracia, del respeto a la ley y la pluralidad, y en su modo de hablar, lenguaje corporal, tono de voz y expresiones espontáneas, ciertamente en forma involuntaria, ha exhibido su verdadera esencia, su manera real de entender la política y el poder. Sí, la dictatorial.

A los dictadores de cualquier signo y color político, de derecha o de izquierda, desde Hitler hasta Pinochet, pasando por Stalin y los representantes de la dictadura perfecta mexicana, se les da sentirse dueños de la verdad y máximos defensores de la patria. Los dictadores consideran a sus seguidores privilegiados, y a los que están en su contra, escoria.

Así es el verdadero López Obrador, a quien le da lo mismo denigrar al papá de uno de los 43, llamándolo provocador; que al Ejército Mexicano, dando a entender que tiene responsabilidad en la desaparición de esos normalistas de Ayotzinapa; al Presidente de la República, llamándolo chachalaca, o a las instituciones, mandándolas al diablo. Sentirse un ser superior y el elegido del pueblo, para él le da licencia para ofender, descalificar y regañar a todo lo que sea o piense diferente a él. Bueno, ¡hasta sus gestos faciales y movimientos de brazos lo delatan! se siente el centro del sistema político, la principal institución, y el único que puede sacar adelante al país. Cosa más lejana de la realidad.

Todo lo que dice y cómo lo dice, lo colocan en un claro perfil de dictador, y esa será la causa de su inevitable próxima derrota. Los mexicanos no queremos a un dictador como presidente de la República, queremos a un ciudadano o ciudadana, que tenga presentes sus limitaciones, no sólo como ser humano, sino como gobernante, que no se sienta el centro del poder ni el poseedor de la verdad, que sea y se sepa un servidor público con una gran responsabilidad y que verdaderamente ejerza ese servicio buscando el bien común.

Por eso muchos analistas de política, de comunicación y marketing político, afirman que el peor enemigo de López Obrador es López Obrador, porque todo lo que dice en su discurso de la honestidad valiente y de las políticas públicas para promover la igualdad, etc., él mismo, su esencia de dictador, lo contradicen; todo eso que lo lleva a sentirse con el derecho de ofender, descalificar y regañar a quien se le ponga enfrente.

Por eso ha perdido y va a volver a perder, y eso ya lo deben tener claro él y sus seguidores, porque la mayoría de los mexicanos no queremos un dictador en la Presidencia de la República, alguien incapaz de dialogar y de reconocer que no posee la verdad absoluta, a quien no se pueda contradecir, con quien no se pueda disentir, alguien con un comportamiento, carácter y modo de entender la política y el poder como el de López Obrador, que además lo han reconocido públicamente no pocos de sus colaboradores y seguidores más cercanos.

Hablar no es solamente emitir un mensaje con una lengua específica, no solo es comunicar lo que decimos, implica también la transmisión congruente de una forma de ser y de entender, validada por la formación, las experiencias, el estilo, la postura corporal, el tono de voz y los gestos faciales no verbales del orador. Así que no sólo hay que cuidar lo que decimos, sino cómo lo decimos, y esto en política es regla de oro. Los políticos lo sabemos, aquél que cree que es innecesaria la interlocución, o que los interlocutores son peligrosos y por ello los descalifica e invalida, no es más que un pobre aspirante a dictador.

No va a ser nada extraño, que conforme se acerquen los tiempos electorales López Obrador baje en las encuestas al cuestionar a la ciudadanía sobre sus preferencias electorales. Por el momento, solo los que se han dejado deslumbrar por su discurso populista han declarado su opción por el tabasqueño, pero al paso del tiempo irán siendo más los que declaren su opción por una aspirante congruente entre su decir y su pensar, y no por un aspirante a dictador.

Constataremos, como versa el dicho popular, que por la boca ha de morir el pez.

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