La relación entre la inversión, el crecimiento económico y el empleo es bien conocida. Para crecer más rápido se requieren flujos anuales de inversión altos y sostenidos. Se trata de un factor indispensable, que debe complementarse con otras medidas que aumenten la eficiencia y la productividad de la economía.

El caso de México es de particular interés pues, a pesar de haber recuperado estabilidad financiera (inflación anual de 4.6% en 2000-2015), la economía crece a tasas muy bajas (2.4% anual en ese periodo). En ese lapso, la inversión total ha sido del orden de 21.2% del PIB, con un crecimiento anual promedio de 0.6%. Esta situación es aún más grave, debido a que no se anticipa una mejora sustancial de la inversión, sino lo contrario.

En términos cuantitativos, GEA estima que una reducción pareja de 5% de la inversión pública (de cuentas nacionales) reduce la tasa del crecimiento del producto en 0.44%. Además, el impacto sobre el producto depende de la actividad sujeta a recorte presupuestal: el mayor se da cuando se reduce la “construcción de obras de ingeniería civil”.

Las cifras más recientes del Inegi indican que durante el cuarto trimestre de 2015 la inversión total aumentó 0.6%, en comparación con 6.2% en igual periodo de 2014. Durante ese lapso, la inversión pública se contrajo 11.4%, mientras que la privada aumentó sólo 3.5%. Con esos ritmos de inversión, es imposible que la economía de México se expanda más rápido. La perspectiva es muy negativa. Por ejemplo, en el primer cuatrimestre de 2016 la inversión pública total se contrajo 19.6%. Excepto por comunicaciones y transportes, la inversión pública disminuyó en todo el resto de sus actividades, en especial en el sector energético (-30.9%).

En lo que toca a la inversión privada, la situación no es halagüeña. Por ejemplo, las últimas cifras sobre inversión extranjera directa también presentan una disminución; de acuerdo con cifras del Banco de México, durante el primer trimestre de 2016 dicha inversión se contrajo 15.2% (lo que anunció la Secretaría de Economía resulta de un manejo amañado de las cifras).

La insuficiencia de la inversión total debe verse desde diversos ángulos. Por una parte, como las inversiones pública y privada son complementarias, en la medida que por la fragilidad de las finanzas públicas se siga controlando su inversión, la privada se reflejará. El impacto de la inversión pública también depende de qué ámbito de gobierno la realiza. Las estadísticas correspondientes se divulgan con gran rezago, lo que impide saber lo que sucede ahora. Sin embargo, puede anticiparse que también debido a la astringencia presupuestal, la inversión de los gobiernos estatales y de los municipios está estancada, en el mejor de los casos.

La falta de infraestructura a nivel estatal y municipal es evidente. Hay poca inversión en infraestructura vial urbana, en agua y su tratamiento, en instalaciones para prestar servicios de educación y salud, en equipamiento de las policías, en mejoramiento de procesos y trámites, en eliminar la corrupción existente, en mantenimiento de infraestructura carretera. El ciudadano y las empresas se enfrentan con esta realidad, que hace muy lenta y difícil la ejecución de los proyectos de inversión, al grado que algunos simplemente se suspenden o se posponen indefinidamente.

Una muestra más de la pobreza del debate político en torno a las próximas elecciones es que los mensajes y la oferta de los candidatos prácticamente ignoró los aspectos de la fragilidad de las haciendas estatales y su impacto sobre el crecimiento económico. La atención en la deuda pública de los gobiernos subnacionales es relevante, pero desvió la atención de aspectos tan pertinentes como los ingresos y los egresos de esos gobiernos ¿Hasta cuándo continuará la evasión colectiva de la realidad?

Economista

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses