Parece que ha disminuido el ritmo de entrada de nuestros compatriotas a EU, mientras que crece el de los centroamericanos. Sin embargo, las declaraciones explosivas del señor Donald Trump y el eco que encuentran en ciertos sectores que odian a los inmigrantes me recordaron discursos emitidos en… 1929. Como hoy, los mexicanos tuvieron sus adversarios y sus defensores. Los años veinte vieron al Ku Klux Klan en su apogeo y multiplicarse los linchamientos de negros y “morenos”. En la lista del Klan el primer enemigo era el negro, el segundo el judío, el tercero el católico; el mexicano era católico y considerado como negro; enemigo dos veces, pues. En muchos lugares, letreros precisaban que no admitían a mexicanos: restaurantes, cafés, cines; varias congregaciones protestantes tampoco admitían a mexicanos y en muchas tiendas se podía leer “No Mexican trade wanted, White trade only”. Un profesor de universidad apuntaba que no había ninguna razón para impedir que un mexicano se volviera ciudadano de EU, pero que los prejuicios racistas contra los mexicanos eran muy fuertes y manifiestos por todos lados.

Así, en un artículo publicado por la revista Foreign Affairs en octubre de 1929, Glenn E. Hoover insistía sobre “la confusión de las razas en México” con 40% de indios puros y 50% de mestizos “con elemento predominante indio”. Precisaba que “el peón mexicano es el más inasimilable de todos los inmigrantes” y “cuando Nuevo México fue adquirido en 1849 —debió decir arrancado, conquistado, anexado por la fuerza— sus habitantes hablaban o dialectos indios o español. Sus descendientes siguen hablando español y el inglés se entiende tan poco que los dos idiomas, con ayuda de intérpretes se usan en sus asambleas legislativas”.

Luego señalaba el peligro del mestizaje. “Observadores competentes e imparciales consideran que el peón es inferior al blanco tanto física como mentalmente… Físicamente es inferior al indio de EU y su capacidad intelectual es la misma que la de aquel”. Lógicamente el autor está a favor de parar lo que llama “la más grande migración india de todos los tiempos”.

Esa corriente encontró la fuerte contradicción de la Iglesia Católica, cuya Conferencia Episcopal publicó en 1929, en defensa de los inmigrantes, un grueso folleto intitulado Mexicans in the United States. Subraya la importancia del fenómeno (como el antimexicano ya citado) y su dimensión nacional: de cien mil en 1900, los mexicanos pasaron a dos millones 500 mil en 1929, un 40% siendo ilegales. Se encontraba más de la mitad en el suroeste, pero estaban presentes en casi todos los estados, incluso bastante numerosos en Alaska. Chicago, con mil 310 mexicanos en 1920, tenía 75 mil en 1929, tanto como Los Angeles. El informe afirmaba que “el mexicano está aquí para quedarse”, por lo tanto el Estado y la sociedad debían actuar en consecuencia para poner fin a su explotación, darle condiciones de vida decentes y el acceso a la ciudadanía. Rebatía el argumento de los sindicatos que denunciaba al trabajador mexicano como un instrumento del patronato, “un verdadero esclavo que acepta cualquier condición sin protestar”.

Militantes católicos estadounidenses empujaban a los trabajadores mexicanos a organizarse y los Caballeros de Colón organizaban en varios estados “Mexican Welfare Committee” para luchar contra los abusos de los cuales eran víctimas los mexicanos. “Son nuestra gente y como tal tienen derecho a contar con nuestra ayuda, no podemos fallarles…” Debemos ser los primeros en protestar contra esas condiciones de trabajo y ayudar a introducir reformas laborales. Cuando una autoridad del estado de Colorado declaró “necesitamos más cárceles para los mexicanos”, un sacerdote católico que trabajaba con los mexicanos, contestó: “Que nos den buenas condiciones de trabajo y no necesitaremos cárceles”. Sigue siendo tan cierto hoy como ayer.

Investigador del CIDE.

jean.meyer@cide.edu

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