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Estados Unidos, Rusia, Europa, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Israel… y la lista no termina de los implicados en lo que es mucho más que una nueva guerra fría entre Washington y Moscú en el Medio Oriente. Todo está conectado con todo, de modo que el embrollo no parece tener solución. Gobernar es escoger, dijo un gran estadista. En el presente mundo árabe, se puede escoger entre el malo, el pésimo y el peor. En el combate contra el peor, el malo es un aliado: intentar parar al Estado Islámico significa apoyar a Bashar-al-Assad, un dictador que protegió a las numerosas minorías de Siria y mantuvo en paz la frontera con Israel. Comparado con el Califato, es un aliado. También Irán, un régimen estable con una tradición política milenaria. Todo lo contrario de Arabia Saudita, Qatar y demás que apoyan al Califato… “La amenaza real es el Estado Islámico me dice un israelí. Estoy asustado, lo admito sin que me dé vergüenza. Es el único peligro real que amenaza a Israel, al mundo, que me amenaza… Fascinado por el lobo que tiene en frente, Irán, Benjamín Netanyahu no ve el terrible tigre que se acerca detrás de él”.
Hace tiempo que lúcidos analistas señalan que la comunidad internacional debe “tratar de apaciguar las turbulentas aguas de la zona antes de que se conviertan en tsunami” (Ignacio Álvarez-Ossorio, especialista de estudios árabes en la universidad de Alicante). La intervención rusa, preparada con anticipación por el presidente Putin, no debió sorprender al mundo y si uno puede atribuirle muchas intenciones, no cabe duda que en algo puede resultar positiva. El viernes 13 en París obliga a Estados Unidos y a Europa a hacer algo, a la comunidad internacional a promover el diálogo entre sirios y combatir seriamente al Califato. Moscú puede atribuirse el mérito de haber sentado alrededor de la mesa a los enemigos jurados que son Irán y Arabia, en compañía de Turquía, Estados Unidos, Rusia etcétera… En la negociación sobre Siria, parecen haber escuchado el aviso de mi corresponsal israelí, puesto que nadie volvió a pedir como condición sine qua non la cabeza de Bashar-al-Assad. ¿Victoria del presidente Putin? No sé y no importa. Bien lo dijo el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Margallo: “Ha llegado la hora de negociar con Bashar- al- Assad. La paz se hace negociando con el enemigo”. La Unión Europea dejó efectivamente de exigir que Assad deje el poder. Washington también, después de negociar con Moscú el inicio de una transición política con el gobernante sirio, no sin él, aceptando la participación de Irán a la negociación.
Tantos movimientos diplomáticos (y militares que van creciendo), tantos actores a la vez demuestran que no se trata de una “guerra fría entre Rusia y EU”, sino de una guerra mundial. Frente a la coalición internacional formada en 2014 para luchar contra el Califato (EU, una dudosa Turquía que golpea a los kurdos con el pretexto de combatir al Estado Islámico, Inglaterra, Francia, Arabia etcétera…), Vladimir Putin lidera otra coalición (Rusia, Irán, Irak, Siria), teóricamente contra el Califato, pero primero contra los enemigos sirios del aliado Assad. El sirio Salam Kawakibi, sobre el sitio Al-Araby-Al-Jadid, afirma que “los dirigentes rusos han repetido muchas veces que su apoyo al gobierno sirio era muy claro y que las ruidosas fantochadas occidentales, las payasadas de John Kerry y de sus ayudantes, las promesas árabes de regalos financieros no los harían cambiar de opinión”.
La apuesta de Putin preocupa a los rusos, como bien dice Mijaíl Rostovski, en Moskovski Komsomolets: “No sé si nuestra operación militar tendrá éxito. Nadie lo sabe. Pero de todo corazón les deseo suerte a nuestros soldados y a todos nosotros. En las guerras modernas, especialmente contra una organización como el Califato, la línea de frente es indefinida. De cierta manera, todos nos encontramos en primera línea”. Las más de 200 víctimas del avión ruso que explotó encima del Sinai el 30 de noviembre estaban en primera línea. Las víctimas de París también.
Investigador del CIDE.
jean.meyer@cide.edu