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Todos pensaban que Obama ya estaba acabado, cuando de repente se sacó dos ases de la manga, primero el cubano, luego el iraní. Frutos de una larga paciencia en ambos casos, ponen fin a una crisis de 55 años para Cuba, de 36 para Irán y son el resultado de unas iniciativas que parecían delirantes. Para muchos el acuerdo con Irán aleja el peligro nuclear en una región del mundo demasiado explosiva y tendrá consecuencias económicas y geopolíticas enormes; los más optimistas piensan que abrirá la puerta a la democratización de este gran país. Los hay que, de manera razonable, sin poner el grito al cielo como el primer ministro israelí Netanyahu, ven con inquietud el acuerdo nuclear del pasado mes de julio.
Así del antiguo director de la CIA, Michael Hayden, quien opina que “incluso un buen acuerdo legitima a Irán como Estado industrial nuclear, colocándolo a doce meses de la construcción de un arma nuclear. Lo recibe en la familia de las naciones al levantar las sanciones sin que se sepa si los iraníes tienen la menor intención de cambiar su política hegemónica de desestabilización de la región”. La región está tan desestabilizada y Arabia Saudita, la aliada tradicional de los EU, tan co-responsable de esa situación, que esa última observación pesa menos que la primera. Kissinger se preguntó un día: “¿Irán es un país o un proyecto?”. Buena pregunta, yo contestaría que es un país y un proyecto, varios proyectos porque todos los iraníes no quieren la misma cosa.
Mientras que Netanyahu intenta todo los sabotajes, golpes bajos, juegos sucios para impedir el acuerdo (ahora debería hacerse hara-kiri o, por lo menos, presentar su renuncia), Obama explica que un acuerdo era la menos peor solución a un brazo fuerte de trece años: Irán estaba en el umbral de la potencia nuclear y con sus 19 mil centrifugadoras podría producir en tres meses el combustible necesario para fabricar una bomba. Con el acuerdo, conserva solamente 6 mil 104 centrifugadoras y todos los senderos que llevan a la bomba se encuentran, supuestamente, bloqueados por diez años. Con toda razón, Obama invoca los precedentes del presidente Nixon reconociendo a la China comunista y del presidente Reagan (dos republicanos) negociando con la URSS (que había primero calificado de “imperio del mal”). Frente al porvenir, Obama asume su responsabilidad: “Dentro de veinte años, si Dios lo quiere, estaré todavía aquí. Si Irán tiene el arma nuclear, mi nombre le será asociado”.
Un analista iraní, celebrando una “victoria sin guerra”, precisa que el gran ayatola Ali Jamenei “salvó al país de un abismo peligroso del cual él mismo era responsable. Dicho acuerdo nos abre las puertas del mundo”. Los conservadores perdieron la batalla al no lograr impedir el acuerdo y se encuentran en el campo de los perdedores con Bibi Netanyahu. En cuanto a los jóvenes y a los reformistas, si bien felicitan al presidente Rohani por haber cumplido con una de sus promesas electorales, esperan cambios políticos. Hasta ahora, Rohani pedía paciencia a sus partidarios invocando la prioridad absoluta dada a las negociaciones de un acuerdo necesario para evitar la guerra. Que después, y solamente después, pasaría a las otras promesas electorales, a saber la restauración de las libertades individuales. La multitud que se lanzó a las calles el día martes del acuerdo coreaba: “el acuerdo siguiente debe ser sobre nuestros derechos ciudadanos”. ¿Se logrará? ¡Quién sabe! Los meses que vienen serán peligrosos hasta las elecciones de marzo 2016, pero nuestro analista Sayed Laylaz piensa que el éxito de Hasán Rohani le permitirá ser “más agresivo y combativo”. ¡Ojalá!
El acuerdo modifica radicalmente el equilibrio regional y podría agravar todavía más el conflicto abierto entre shiítas y sunnitas. El pesimista teme el pronto estallido de grandes guerras, el optimista piensa que será una guerra fría, con alternancia de crisis y calmas.
Investigador del CIDE.
jean.meyer@cide.edu