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En lugar de negar “la palabra que empieza por G”, eufemismo utilizado para el “genocidio” del cual fueron víctimas los armenios entre 1915 y 1922, el presidente Erdogan debería dar el brinco para reconciliar turcos y armenios y normalizar las relaciones con Armenia. La frontera está cerrada (protegida del lado armenio por soldados rusos) y Turquía bloquea económicamente a su pequeño vecino. Pero no, cuando el papa Francisco dijo que el “primer genocidio” del siglo XX había empezado en 1915 contra los armenios, Ankara convocó al nuncio apostólico y llamó a casa su embajador en la Santa Sede. En Francia la diplomacia turca ejerció presiones sobre los parlamentarios para que el presidente Hollande no fuera a Yerevan el 24 de abril; en México, de la misma manera, quiso que desapareciera la palabra “G” en las manifestaciones ligadas a la conmemoración.
A veces los gobiernos son frenados por la sociedad, otras veces la sociedad va por delante. Es el caso en Turquía. Tuve el honor de participar en el Foro Global para la Prevención de Genocidio, en Yerevan, en vísperas de la conmemoración oficial por los presidentes Putin y Hollande. Tomaron las palabras cuatro ciudadanos turcos y un kurdo. El economista y sociólogo Cengiz Aktar es miembro de la fundación Hrant Dink, un valiente periodista armenio turco, asesinado por un extremista nacionalista; lanzó Aktar en 2009 una petición intitulada Llamado por el perdón, firmada por más de 32 mil turcos. Él nos dijo que no se debe hablar de “La Turquía”, porque hay varias Turquías, además de la estatal; las cosas empiezan a cambiar, se han traducido y publicado excelentes libros sobre el genocidio, algunos de autores turcos como Taner Akçam.
En el mundo académico se han multiplicado seminarios y congresos sobre el tema en los últimos diez años y ha surgido una generación de jóvenes historiadores que no se contentan con la versión oficial. La sociedad civil se mueve, sin aspavientos: por ejemplo, el ayuntamiento de la ciudad de Diyarbakir, en el sureste, antaño sede de una importante comunidad armenia, restaura sus iglesias que estaban en ruinas; en todas las provincias antiguamente armenias, se recupera la herencia cultural armenia, la música, el arte, las pequeñas capillas. Además se ha hecho público algo impensable hace unos años: “Turcos” que descubren que su abuela era armenia, abandonan el Islam para pedir el bautismo. Varios libros, no solamente novelas, se han publicado sobre el tema y todo esto rompe muchos tabúes, como por ejemplo: “el turco es musulmán”.
Nos anunció que el 24 de abril iba a haber muchas conmemoraciones en Turquía, incluso en la famosa plaza Taksim de Estambul. Y sí las hubo. Que la gente emplea abiertamente la palabra “genocidio”, por más que siga vigente el artículo 301 del código penal que castiga su uso; que por fin se habla de los “Justos”, turcos, kurdos y árabes que salvaron armenios; que se multiplican las peregrinaciones a lo largo de las rutas de la deportación. Concluyó que la batalla no ha terminado, que la mayoría de la nación no pide el reconocimiento oficial del genocidio, pero que mucha gente ya quiere saber, empieza a dudar y se da cuenta de lo que significa la “limpieza étnica” como pérdida para el país.
El editor Ragip Zarakolu pasó muchos años en la cárcel por la publicación de libros democráticos y de varios sobre el genocidio; también publica el periódico Agos de Hrant Dink. El ex diputado Ufuk Uras afirmó que “el Estado, al negar el genocidio, nos encierra en el crimen” y recordó la definición de Kemal Atatürk: “un acto vergonzoso”. “El pueblo de Turquía debe escuchar las historias de los sobrevivientes y enfrentar la insoportable verdad. Reconocer el genocidio es construir el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado, quien controla el pasado, controla el futuro”.
Investigador del CIDE.
jean.meyer@cide.edu