El atletismo es el arte de superar el rendimiento de adversarios en velocidad, resistencia, distancia o altura. Se le considera el deporte más sencillo, puesto que se basa en los movimientos naturales del hombre: caminar, correr, brincar, lanzar objetos. Sus orígenes se remontan a los primeros Juegos Olímpicos celebrados el año 776 antes de Cristo, época en que se instauraron las pruebas de carreras, saltos y lanzamientos. Según un artículo de La gran enciclopedia del deporte, “Tal vez quisieron los griegos expresar hasta qué punto la carrera, el salto y el lanzamiento resumían el conjunto del deporte. Estos tres elementos constituyen la base y la matriz de todos las demás disciplinas de los estadios; se encuentran además en ellos, condensadas las peripecias del combate permanente, en cuyo curso el individuo experimenta los límites físicos de su condición y su voluntad de aflojar el torno de las cuatro dimensiones que lo oprimen. El atletismo es, finalmente, el museo más auténtico y el conservatorio más precioso de los gestos humanos”. Pero también hay testimonios de su práctica en el Egipto de los faraones, la Roma de los césares, la antigua Mesopotamia, China y en la Irlanda pre-céltica. De aquellas épocas proviene su carácter ritual.

En la práctica del atletismo el ser humano se entrega al placer de existir y al perfeccionamiento de sus facultades físicas y mentales. En las competencias, los resultados se valoran en función de unidades de tiempo, medida y distancia. En los tiempos actuales cobra auge a partir de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna celebrados en Atenas, en 1896. La Federación Internacional de Atletismo Aficionado, FIAA, se fundó en 1913.

En el ámbito educativo, el atletismo es un inmejorable medio para fomentar valores sociales, éticos y morales. Entre sus múltiples beneficios destacan la vigorización de los músculos, la disminución de los niveles de grasa corporal, el fortalecimiento del sistema inmunológico, el mejoramiento de la circulación de la sangre, así como la sensación de bienestar físico y espiritual. Acaso por eso el poeta mexicano Antonio Deltoro en, Sueños de pies pastores, dice: “Saltamos con los pies,/ nos elevamos apoyándonos,/ reafirmamos el suelo/ abandonándolo./ ¡Los sueños de los pies,/ los delirios del salto!” Y tabasqueño Carlos Pellicer, en He olvidado mi nombre, canta: “Correr y ya sin nombre y estrenando hojarasca de siglos/. Correr feliz, feliz de no reconocerse/ al invadir las islas de un viaje arena y tibio”.

rjavier_vargas@terra.com.mx

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