En mi última entrega (septiembre 5) hablaba de la oportunidad que el PAN tiene de recuperar la Presidencia de la República en 2018 si acaso no nos equivocamos y actuamos con unidad, disciplina y generosidad. Lamentablemente, lo que hemos visto últimamente indica que estamos haciendo lo contrario. La tensión interna crece a diario y no se abren canales de comunicación ni válvulas de escape que permitan despresurizar una olla a punto de estallar.

El epicentro de este movimiento telúrico se ubica en la Colonia del Valle de la Ciudad de México. Ahí, en la sede nacional de nuestro partido, han caído en la tentación de servirse del poder y no servir con el poder. El canto de las sirenas ha embelesado a Ricardo Anaya. Lo han convencido de mirar allende su encomienda como líder del partido y perfilarse hacia la candidatura presidencial.

Nada tendría de malo que Anaya aspirase a un cargo tan distinguido de representación popular si no fuera porque el papel que le ha encomendado la militancia es el de árbitro y no el de jugador. Se despoja de su toga de juez y se asume como parte. Y eso no puede ni debe ser.

Con toda razón, los abiertos precandidatos a la misma aspiración, Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle, han pedido una pronta definición a Ricardo Anaya. A ello hay que sumar la misiva suscrita, en días pasados, por un grupo de 18 distinguidos panistas, haciéndole un llamando de atención al jefe nacional por el riesgo que implica para la unidad del partido su errática conducta de asumir, a la vez, el rol de dirigente y de suspirante.

La respuesta, en ambos casos, ha sido la evasiva, el boletín oficial, la gastada idea de constituir una comisión (como si fuera buzón para recibir quejas y denuncias) y, en el extremo, la abusiva revancha o la descalificación personal.

Los espacios de diálogo se cierran al tiempo que se abren nuevos frentes de batalla intestina. Se renuncia a la política so pretexto de rigurosas interpretaciones estatutarias. Ciertamente ganan tiempo, pero pierden en ese letargo, estatura, respetabilidad y confiabilidad.

Anaya se ha extraviado en su propio laberinto. Utilizar los tiempos oficiales asignados al PAN con miles de spots que abiertamente promueven el nombre y la imagen del jefe nacional nos asemeja a lo que tanto criticamos de López Obrador. Y aprovecharse de la estructura y recursos del partido para construir una candidatura presidencial tiene el tufo de aquella rancia y fallida estrategia seguida por Roberto Madrazo en el PRI.

La ciudadanía confía en que podemos volver a ser distintos y distinguibles, pero hacemos todo para parecernos a nuestros adversarios. Con soberbia, algunos piensan que llegar a Los Pinos en 2018 es ya un mero trámite. Y, con petulancia, desprecian las voces que los invitan a rectificar, definir y cerrar filas.

Estamos a tiempo de reivindicar la política para conciliar nuestras diferencias y articular un sólido proyecto ganador. Ricardo Anaya debe salir cuanto antes de su laberinto. Ya veremos si opta por la ética y la sensatez o si se escurre por una puerta falsa.

Senador del PAN

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