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Que la paz mundial está amenazada, pudiera parecer una frase vana al revisar el paso del hombre por la historia, que ha estado marcada por la guerra; más esto, no resta ni un ápice al legítimo e inalienable derecho de cada ser humano por alcanzarla.
Lo que ocurre hoy en Siria y Corea del Norte, no es un capítulo más de esta desgastada historia de opresión del hombre por el hombre, esencia misma de la guerra, sino son los tambores de una nueva conflagración mundial, que sería la tercera edición de todas las abominaciones que a tiempo y destiempo hemos condenado, después de que se conocieron los horrores y el holocausto ocurridos en los dos episodios anteriores.
Los señores de la guerra, que por riqueza y voluntad han acumulado arsenales capaces de destruir este Planeta, parecen dispuestos a todo por razones de conservación del poder mismo. El fin justifica los medios.
Que les importa el dolor de miles de emigrantes desplazados de su tierra por la fuerza de la metralla, de nada les ha servido observar su dramático peregrinar a tierras lejanas, donde además son segregados. No les conmueve ni un poco, las imágenes de menores hambrientos, seres humanos despojados de bienes, honra y futuro.
De acuerdo a diversos informes internacionales con corte al primer bimestre de este 2017, existen más de 30 conflictos armados en diferentes regiones del mundo, y en la mayoría aparece siempre la lucha por el poder. De un lado y otro, los Estados Unidos de Norteamérica, Rusia, China y sus aliados, unos contra otros por intereses yuxtapuestos. Del otro lado, solo muerte, estadísticamente traducida en pérdidas humanas que alcanzan las 10 mil o más por año.
Por eso la guerra no es otra cosa, más que una forma de esclavitud, “en su raíz se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto; las personas ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro por la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es simplemente tratada como un medio y no como fin”, tal como lo afirmó el Papa Francisco en su mensaje por la paz de 2015.
“Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo, -como se afirmó en aquella ocasión-. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre, está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable; sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todos las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”, sin duda como fruto perverso de la guerra.
El fenómeno de la corrupción que azota nuestra tierra y muchas regiones del planeta es otra forma de esclavitud que propicia la guerra. Líderes políticos y empresariales dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse, incluso sacrificar vidas humanas. Cuantas historias, libros, películas y documentales se han hecho para denunciar a un puñado de personas cuya divisa es el dinero, y en cuyas fábricas no se producen alimentos, ni desarrollos tecnológicos para la salud que alivie el dolor, sino por el contrario, armas para infligir más dolor y miseria a otros seres humanos.
Los misiles lanzados desde el mar en contra de una base militar en Siria, la detonación de la llamada “madre de todas las bombas” sobre una zona de Afganistán, por cierto, por primera vez en la historia del país del norte, bajo la responsabilidad del Presidente Trump; los continuos y muy lamentables atentados terroristas en extensas partes del mundo firmados por extremistas árabes, así como la beligerancia de Corea del Norte y sus pruebas con misiles nucleares, nos mantienen al filo de la butaca como espectadores, esperando que no ocurra lo peor.
Más no basta denunciar, se requiere actuar desde la misma sociedad. Las alternativas se construyen desde abajo, desde el pueblo, de las redes y grupos organizados, desde los hombres y mujeres libres y de buena voluntad que no se conforman con esta realidad. Las soluciones a la esclavitud representada por la guerra, se construyen también con líderes responsables que pueden y deben exigir a sus gobiernos, declaraciones, acciones y trabajo internacional en favor de la paz.
Se requiere en el ámbito legislativo -como afirma el mensaje citado- “leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad”.
Por estas razones, mi palabra se alza para pedir a mis compañeros de Legislatura, compromiso por la paz en México; necesitamos construir los acuerdos necesarios para votar antes del 30 de abril en curso, la legislación en contra de la desaparición forzada de las personas (no olvidar a los 43, las fosas de San Fernando, Tamaulipas; Tetelcingo y Jojutla, Morelos); la nueva Ley para combatir la llamada esclavitud del siglo 21, con los ajustes que tengan que hacerse; requerimos votar la nueva legislación para contar con un régimen policial mixto, que permita contar con policías eficientes que protejan a la sociedad, que dejen de ser sus verdugos.
Por eso, en esta ocasión mi pensamiento, junto con el de muchas personas en nuestro país y en el mundo, se alza para exigir a los señores de la guerra que paren ya, sus planes de destrucción y dominación.
Nuestra voz, la de todos, debe unirse, alzarse con fuerza, para exigir la paz necesaria, para las familias y las naciones que buscamos el bienestar y desarrollo de una vida mejor y más digna para todos.
Vicepresidente de la Cámara de Diputados