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A unos días del IV Informe de Gobierno, el balance de la gestión del presidente Peña Nieto no podía ser más negativa en distintos órdenes de la vida pública. Hay una pérdida de liderazgo y de voluntad política para idear y poner en marcha respuestas a los grandes problemas económicos y políticos. Los ajustes constantes a la baja en las proyecciones del crecimiento del PIB este año, el incremento de los precios de la gasolina y electricidad que contravienen las promesas de la reforma estructural que quiso ser la más prometedora del sexenio; la salida de inversiones extranjeras por 4 mil 764 millones de dólares, sólo entre abril y junio de este año, se suman a la incapacidad del gobierno para resolver conflictos sociales como el de la CNTE, ahondándose su pérdida de legitimidad. Los malos datos se enmarcan en un encierro de la Presidencia, arropado por un discurso autoritario, que opta por el silencio frente a nuevos escándalos sobre las propiedades de su esposa, o por una defensa sin argumentos por el mal desempeño de funcionarios como Alfredo Castillo, titular de Conade.
A dos años de las elecciones de 2018, el presidente no logra mantener cohesionado a su gabinete, ni frenar el adelantado calendario político que ha llevado a todos los aspirantes a ser candidatos a desplegar sus propios cálculos, como si no tuvieran responsabilidades concretas con el gobierno en turno. No es tiempo de ceder el mando, sino de mantener viva la capacidad de iniciativa para enfrentar los problemas, pero la selección de propuestas debe considerar su viabilidad para que no ocurra lo que pasó con la de legislar sobre el matrimonio igualitario que desató la protesta desafiante de la Iglesia católica, obligando a los diputados del PRI a minimizar su importancia y a dar marcha atrás.
Hace cuatro años, cuando el PRI recuperó la Presidencia, las opiniones más acreditadas señalaban que sería muy difícil volver a sacarlo de Los Pinos; que se veía cuesta arriba ganarle a una maquinaria bien experimentada y disciplinada, además de ya probada en la competencia plural de las urnas. El impulso reformista de los dos primeros años parecieron confirmar esa perspectiva, colocando a Peña Nieto como líder indiscutible. Hoy, cuatro años después, está claro que el país ha cambiado; que ya no es suficiente tener la Presidencia y el control vertical del partido con el discurso disciplinado de sus cuadros dirigentes, para mantener el respaldo y la credibilidad social. Así lo muestran los abatidos niveles de aceptación de Peña Nieto que lo colocan por debajo de 30%, según las más recientes encuestas.
El nuevo formato del IV Informe confirma que se ha optado por el encierro, por un esquema casi privado de charla informal y con interlocutores jóvenes, escogidos a modo. Desde el sexenio pasado, el informe presidencial dejó de ser un acto de acatamiento del mandato constitucional para presentar ante el Congreso el estado que guarda la administración pública, en buena medida debido a la actitud bárbara de la oposición que consideraba que no compartir el terreno del Poder Legislativo con el Ejecutivo era un acto de reivindicación de autonomía. A cambio, y fiel a la tradición presidencialista, en Palacio Nacional, el presidente se reunía con los altos funcionarios del Estado y dirigentes de diversos sectores sociales, para enviar un mensaje político. El nuevo formato es un reconocimiento de la pérdida de liderazgo presidencial.
No es casual que ante la imposibilidad de frenar la carrera hacia 2018, haya voces irresponsables, con una vena golpista, que hablan de la conveniencia de concluir anticipadamente el sexenio. El país no aguanta dos años más de retraimiento de la acción gubernamental; es necesario recuperar el timón de mando, saliendo del encierro y escuchando las voces de los otros.
Académica de la UNAM.
peschardjacqueline@gmail.com