Los atentados terroristas en París, el viernes pasado, reclamados por el Estado Islámico, cimbraron al mundo entero. Nos remontan al ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, en donde murieron cerca de 3 mil personas, pero sobre todo nos recuerdan la vulnerabilidad de las democracias. Aunque estos actos perpetrados por extremistas islámicos son represalias por la intervención de Francia en Siria, tienen repercusiones que van más allá del propio corazón de Europa. No son sólo ataques al Estado francés, sino a la democracia como régimen político; a sus valores claves de igualdad, pluralidad, inclusión y defensa de los derechos humanos. Estos atentados son una demostración de la incapacidad de las democracias para mantener actuantes sus principios de convivencia pacífica, en el marco de nuevos desafíos que rebasan sus fronteras nacionales.
Las democracias se muestran incapaces para ofrecer respuestas al problema de los millones de refugiados que huyen de las zonas de violencia y persecución de Medio Oriente, pero tampoco han logrado atender adecuadamente las demandas internas de grupos con un origen étnico y religioso diverso que no acaban de integrarse y de compartir los bienes y recursos del mundo desarrollado. Los ocho atacantes con fusiles de asalto y explosivos tenían entre 15 y 18 años, pero hablaban perfectamente francés y dieron la vida para perpetrar el asesinato masivo, sobre todo en contra de jóvenes. Al igual que en los atentados en enero pasado a la revista satírica de Charlie Hebdo y al supermercado kosher, en donde murieron 17 personas, los atacantes eran jóvenes franceses de tercera generación de migrantes.
Las democracias han fallado en enfrentar eficientemente las amenazas de los terroristas que parecen siempre tomar por sorpresa a los gobiernos, por más preparados que éstos pretendan estar. De acuerdo con el propio fiscal de la república francesa, el temor a un atentado estaba en el ambiente y ello condujo al país a incrementar medidas antiterroristas de manera regular durante los últimos meses y a que se aprobara la Ley de Servicios Secretos para autorizar la recolección masiva de datos en las redes sociales, que implica una intromisión en las comunicaciones privadas, violando las garantías individuales en aras de la seguridad. Francia vivió un atentado anunciado, pero no por ello menos impactante y sorpresivo. Los ataques a importantes sitios de recreación que dejaron más de 129 muertos y centenares de heridos coincidieron con el arranque de la alerta policial especial para reforzar los controles interiores de seguridad de la Unión Europea, de cara a la Cumbre del Clima que se celebrará del 30 de noviembre al 11 de diciembre, en París.
Aunque es cierto que el gobierno francés ha desbaratado cerca de media decena de atentados en este año y que 25 mil policías patrullan sitios sensibles en la ciudad, carece de mecanismos eficaces para contrarrestar las formas de actuación y de determinación de los atacantes fundamentalistas que responden a patrones de organización y de mando inexpugnables.
La reacción de Francia ha sido declarar la guerra al yihadismo y un estado de alerta y de endurecimiento de los controles fronterizos y es probable que algo semejante hagan los países vecinos y Estados Unidos, pero estos atentados ponen contra la pared a los gobiernos más liberales y progresistas, justificando a corrientes políticas antimigrantes y xenófobas. No es aventurado pensar que personajes como Marine Le Pen del Frente Nacional en Francia, o el propio Donald Trump en Estados Unidos radicalicen sus discursos de odio a migrantes y aumenten su popularidad.
Las democracias están acosadas por problemas de desigualdad y exclusión allende sus fronteras nacionales, exponiéndolas a expresiones regresivas que ignoran el principio básico de respeto a la diversidad.
Académica de la UNAM.
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