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Tocó fondo y ahora topa con pared. Después de más de 20 años en cautiverio, el bellísimo deporte del jai-alai está de regreso en la Ciudad de México. Una disciplina de gran tradición, destreza y categoría. Fue víctima de huelgas prolongadas. Las banderas rojinegras taparon la fachada del viejo edificio art decó ubicado frente al Monumento a la Revolución. El Frontón México se llenó de telarañas y las voces que invitaban a apostar quedaron grabadas como ecos en grutas. Se oxidó la chapa del frontis, la malla se agujeró y los asientos de las butacas quedaron unidos a los respaldos, sin que varias botellas de aceite lubricante los pudieran separar. Pero llegó Antonio Cosío con las herramientas, la pintura, las lámparas nuevas y la idea de ofrecer funciones de cesta punta y conciertos musicales para que sea rentable. Un clavo saca otro clavo, y mientras que el estadio Azul, también propiedad de los Cosío, ve venir una enorme bola de demolición para dar paso a la construcción de un gigantesco centro comercial, el México se yergue más moderno y elegante que nunca.
¿En dónde radica la magia del deporte de pelota más rápido que existe, donde la esférica recubierta de cuero llega a viajar a 305 kilómetros por hora?, me preguntaba el sábado pasado durante el juego estelar en el añejo escenario de la colonia Tabacalera. Está, como en los demás deportes de pelota, en el fabuloso viaje de la bola misma. La pelota fascina al ser humano desde tiempos inmemoriales. Vean a un niño pequeño frente a una pelota. La sigue con la mirada, le roba toda su atención. Su dominio avezado despierta la estética del juego de los vascos, donde el zaguero sube por la pared como hombre araña para capturarla y desprenderse de ella de inmediato.
La cesta es enorme garfio de mimbre, extensión del brazo del pelotari. Por sus costillas curvas se desliza la pelota y sale despedida para estrellarse en el frontis. Es una flecha, un balazo, un rayo que si siguiera su curso, rebotaría en las ancas del Caballito de Sebastián. Millones de pequeñas marcas blancas dan fe de tanto impacto. Los cascos protegen a rojos y azules de un pelotazo de Dios guarde la hora. Las parejas se sincronizan según la ley, a veces caprichosa, de una pelota rápida como el pensamiento, dando lugar a un espectáculo formidable.
Inexplicable. La Federación Mexicana de Esgrima le retiró el apoyo al queretano José Narváez para participar en el Campeonato Mundial a celebrarse en Bulgaria, a partir del 2 de abril. Narváez es campeón nacional de mayores, campeón nacional del Open 2016 y campeón del mundo.
Asimismo, Jorge Castro Roa, presidente de la Federación, tiene marginado a Tomasso Archilei Meza del mismo Campeonato, pero en la categoría cadete. Tomasso, de 15 años, ganó su clasificación con base en los parámetros establecidos por la propia federación. Obtuvo más puntos que dos de los atletas a los que dicha entidad pretende llevar al Mundial.
La indignada Asociación Queretana de Esgrima ha emprendido recursos legales en contra del señor Castro Roa. Mañana viernes es el último día para inscribir a Narváez y Archilei. Es un caso parecido al de Paola Pliego, también esgrimista y también queretana, que injustamente no fue a los Olímpicos el año pasado por un supuesto dopaje que no cometió.
Uno de los peores cánceres del deporte mexicano es el amiguismo que en no pocas ocasiones se ha impuesto a la calidad, excluyendo de competencias internacionales a deportistas de alto nivel.
Las autoridades deportivas de este país deben actuarde inmediato para evitar que se consume esta nueva injusticia.
heribertomurrieta65@gmail.com