La diplomacia podría definirse como el conjunto de conocimientos y principios indispensables para el manejo de los asuntos públicos entre los Estados. Todo aquel que se interese en dedicarse al servicio exterior y, como diplomático, ser un elemento del cuerpo encargado de poner en marcha la política exterior de su país, deberá conocer la historia de los Estados, su política, sus leyes y su organización social; el Derecho Público tanto el natural como el positivo; el Derecho de Gentes (Derecho Internacional); el Derecho Público o Derecho de Gentes convencional, es decir el conocimiento de los pactos o tratados que determinan las relaciones de los pueblos entre sí y el derecho consuetudinario que de alguna manera forma parte de las relaciones internacionales; la economía política, la estadística, que comprende las finanzas, los recursos naturales, industriales y comerciales de los diversos países. Igualmente debe estar enterado del estado físico, moral e intelectual de las poblaciones y de sus Fuerzas Armadas en los diversos aspectos.

Un diplomático debe saber escribir con gran pureza la lengua del país que representa, conocer la del país en donde tiene sus funciones y aplicarse en el conocimiento de las lenguas más importantes del mundo como son el inglés, el francés, el ruso, el alemán, el árabe y el chino.

Los conocimientos de protocolo y de buenas maneras también forman parte del bagaje de un diplomático, puesto que la carrera diplomática es eminentemente representativa y tiene como uno de sus objetivos proyectar una imagen positiva de su país. No estaría de más que, desde la academia, los futuros diplomáticos empiecen a vestir correctamente, a hacer uso de un lenguaje apropiado y a comportarse como personas de distinción, precisamente para que se refleje en ellas la dignidad del país que representan. Estas serían algunas de las condiciones indispensables para que una persona ocupe un puesto diplomático de cualquier nivel, ya sea por pertenecer al servicio exterior de carrera o por haber sido designado mediante un acuerdo presidencial para desempeñar un cargo diplomático o consular.

Es por ello que la mayoría de los países cuentan con un servicio exterior de carrera, para cuyo ingreso se requiere de conocimientos, disciplina y talento. Una carrera diplomática toma muchos años, pues consta de rangos a los que se va accediendo por méritos y conocimientos que se evalúan mediante rigurosos exámenes y, por lo tanto, no puede decirse que se trata de una improvisación. En México el Presidente de la República tiene la facultad de nombrar a sus representantes diplomáticos y consulares y en el caso de los embajadores y los cónsules generales, dichas designaciones deberán ser ratificadas por el Senado de la República.

Los diplomáticos de carrera hemos visto con desencanto que el Ejecutivo, por desinterés o favoritismo, no siempre ha tenido cuidado de buscar los atributos indispensables de sus representantes para que puedan asumir una responsabilidad tan importante, sobre todo en los rangos superiores de la carrera, y lo que es peor, para evitar que comparezcan ante el Senado ha utilizado las facultades que le otorgan nuestras leyes para transformar, sin justificación alguna, la categoría de nuestras representaciones consulares y así imponer, sin cuestionamientos, un determinado nombramiento. Tal ha sido el caso de nuestro Consulado General en Milán, una de la oficinas consulares más importantes en Europa por ser esta ciudad la capital industrial y financiera de Italia.

Ahora le ha tocado a nuestra representación consular en Barcelona sufrir este agravio, sólo para favorecer a un personaje político que ya ha aspirado a un puesto diplomático en otros países, sin lograrlo, pues sabía que se hubiera enfrentado al rechazo de nuestros senadores, tanto del partido en el gobierno como de la oposición.

Ex embajador en Egipto

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