Hace unos meses publiqué, a invitación expresa de la organización no gubernamental Oxfam-México, un reporte titulado Desigualdad Extrema en México (www.cambialasreglas.org). Dicho reporte atrajo la atención de numerosos analistas por las reveladoras cifras que allí se mostraban en torno a la enorme desigualdad prevaleciente en el país. Desde entonces, de manera relativamente aislada pero sistemática, un grupo de comentaristas ha insistido en diversos medios y formas que el problema del país no es la desigualdad sino la pobreza, como si se tratase de dos cosas excluyentes y antagónicas o como si combatir una impidiera avanzar en la otra dimensión. Por supuesto que esto no es así. Hay medidas que, por su propia naturaleza, podrían contribuir tanto a reducir la pobreza como la desigualdad en una economía. Esas medidas son precisamente las que forman el corazón de las propuestas de política que se planteaban en el documento mencionado.

Ahora bien, esto nos lleva a plantearnos dos preguntas: ¿Por qué optamos por centrar nuestro análisis desde la perspectiva de la desigualdad y no desde la perspectiva de la pobreza? ¿Por qué otros prefieren hablar de pobreza y no de desigualdad? Las dos preguntas, claro, están estrechamente vinculadas.

En cuanto a lo segundo, hay varias posibles explicaciones. Una de ellas es puramente vergonzante. Hay muchas personas que siguen viendo el tema de la desigualdad como un tema tabú, que alienta y promueve la envidia o el resentimiento entre clases y grupos sociales. Es decir, en la medida en la que la desigualdad alcanza niveles tan desproporcionados como los que se mencionan en el documento de Oxfam, hay quienes prefieren evitar o desconocer esa realidad. No mencionarla. Hacer como si no existiera. Saben que algo no está bien cuando el puro rendimiento real de la riqueza de cuatro individuos en México podría servir para contratar con un salario mínimo a un número de personas superior al de todos los desempleados del país. Esta visión también plantea que se estigmatiza a los ricos, lo cual es evidentemente falso. Señalar la magnitud de la desigualdad no conduce necesariamente a esa conclusión.

Esta posición también suele insistir en que hay que combatir directamente a la pobreza. Sin embargo, cuando se les pregunta cómo hacerlo suelen optar por dos vías conocidas: una es a través de políticas sociales asistencialistas, cuasi filantrópicas, que ayuden únicamente a mitigar la pobreza y a paliar los costos económicos, sociales y sicológicos asociados a ésta. La otra opción es argumentar a favor de la promoción de las actividades empresariales, es decir, de crear las condiciones propicias para que florezca el espíritu empresarial y pueda crear riqueza y oportunidades de empleo. Por lo general, esta visión sugiere que deben bajar los impuestos, que el Estado debe intervenir cada vez menos en la economía y que esto producirá crecimiento, empleos y bienestar económico.

El problema con esta visión es evidente: por un lado, ya se ha visto que la política social tal y como la hemos concebido en los últimos años no ha sido suficiente para combatir eficazmente a la pobreza. Por el otro lado, el argumento de que el crecimiento va a ayudar a generar riqueza y combatir a la pobreza no se cumple en una economía como la mexicana, en la que los beneficios del crecimiento se distribuyen de manera tan inequitativa. En el documento de Oxfam se menciona, por ejemplo, que el crecimiento acumulado del ingreso per cápita en México de 1992 a la fecha ha sido superior a 25%. A pesar de ello, las tasas de pobreza por ingresos son prácticamente iguales hoy a las de 1992. Esto implica que el crecimiento económico de este periodo no se ha traducido en un beneficio para la población en la parte baja de la distribución. Más aún, en el documento se da evidencia que sugiere que la desigualdad en México ha llegado a niveles tan altos, que ya es en sí misma un lastre para el crecimiento, al debilitar el mercado interno y al distorsionar la toma de decisiones de inversión en educación y en proyectos productivos. Por ello, en la medida en la que no ataquemos de fondo los problemas de la desigualdad en el país, y en la medida en la que no construyamos un auténtico Estado social que garantice derechos a todos los mexicanos, no podremos avanzar a fondo en el combate a la pobreza que tanto nos preocupa.

Economista

@esquivelgerardo

gesquive@colmex.mx

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