La situación económica del país está lejos de ser favorable: el crecimiento de los últimos años ha sido relativamente bajo, la pobreza aumentó entre 2012 y 2014 y la desigualdad continúa rampante. A eso hay que añadir que la economía mexicana enfrenta un panorama doméstico e internacional cada vez más difícil e incierto. La economía de China se está desacelerando notablemente, lo que anticipa una posible disminución en el crecimiento de los volúmenes de comercio exterior y de actividad económica mundial. El precio de la mezcla mexicana de petróleo ha iniciado una nueva caída y ya ha regresado a niveles cercanos a los 40 dólares por barril. Esta nueva caída en los precios de uno de nuestros principales productos de exportación amenaza con provocar un nuevo ajuste a la baja en el gasto público en la segunda mitad de este año y un ajuste superior a lo anticipado para 2016.

Como resultado de todos estos choques, el tipo de cambio aumentó una vez más y ya se ubica por encima de los 16 pesos por dólar. Este aumento no parece ser transitorio y algunos empresarios ya amenazan con subir sus precios y trasladar a los consumidores el aumento en el costo de bienes e insumos importados. Este aumento en el tipo de cambio no sólo está afectando las expectativas de los agentes económicos a través de sus decisiones de consumo e inversión, sino que además está teniendo efectos y costos reales muy significativos en aquellas empresas mexicanas que optaron por endeudarse en dólares ante las bajas tasas de interés que ofrecían los créditos en esa moneda.

Esta combinación de factores ayuda a explicar por qué la economía mexicana se está desacelerando significativamente y por qué ni siquiera la depreciación del peso parece estar sirviendo para promover un aumento de las exportaciones. El crecimiento anticipado por el Banco de México para el segundo trimestre de 2015 es de sólo 0.3% (es decir, un crecimiento anualizado de 1.2%). Esta desaceleración implica que es muy probable que lleguemos al final del año con una economía prácticamente estancada o incluso en una fase inicial de desaceleración. De hecho, la actividad industrial está prácticamente detenida desde fines de 2014 y lo único que mantiene el dinamismo de la economía es la actividad en el sector servicios.

Como resultado de lo anterior, esta semana el Banco de México ajustó nuevamente a la baja sus expectativas de crecimiento para 2015, y ya las sitúa en un rango que va de 1.7% a 2.5% y que tiene como punto medio un crecimiento esperado de 2.1% (es decir, muy por debajo de los niveles cercanos a 4% que se anticipaban hasta hace algunos meses). Este crecimiento, de llegar a materializarse, sería idéntico al del año pasado y, combinado con el crecimiento observado en 2013 (1.4%), daría lugar a un crecimiento promedio a lo largo de la primera mitad de esta administración de apenas 1.9% por año, es decir, un crecimiento apenas superior al de la población, por lo que en estos tres años el ingreso per cápita de los mexicanos se habría mantenido apenas constante. Aunque el Banco de México mantuvo su expectativa de crecimiento para 2016 (en un rango que va de 2.5% a 3.5%), es muy probable que la revise a la baja en el futuro cercano puesto que, como ya se dijo, llegaremos a 2016 con una economía prácticamente estancada, por lo que sería prácticamente imposible lograr una tasa de crecimiento superior al 2% en ese año.

Como puede verse, las perspectivas no son muy alentadoras. A ello habrá además que sumar los posibles efectos negativos de un potencial aumento en las tasas de interés en México y Estados Unidos. Un aumento en la tasa de interés local, podría ayudar a contener la depreciación de la moneda, pero también podría contribuir a reducir la inversión productiva.

En suma, el escenario económico es adverso y con bastante incertidumbre. Las autoridades económicas cuentan con un margen de maniobra muy limitado en lo fiscal y en lo monetario. Dentro de lo que pueden hacer es realizar un ejercicio más eficiente del gasto público. Esto implica no sólo la necesidad de cuidar y ejercer de manera eficiente el gasto de inversión, sino también de establecer prioridades de gasto en infraestructura y en ciertos programas sociales y productivos. De no hacerlo, los costos sociales del bajo crecimiento económico seguirán en aumento.

Economista.

@esquivelgerardo

gesquive@colmex.mx

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