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"Me arrojaron al olvido sin siquiera preguntar mi versión de los hechos.” Es Timothy Hunt, Premio Nobel de Medicina 2001, despedido (u orillado a renunciar, eufemismo obliga) del University College London debido a la oleada de indignación desatada tras unos “desafortunados comentarios” durante una conferencia en Seúl. En su disertación, Hunt comentó que son tres las cosas que ocurren cuando hombres y mujeres trabajan juntos en un laboratorio: “ellas se enamoran de uno, uno se enamora de ellas y cuando se les critica… lloran”. Por lo mismo, “necesitamos trabajar en laboratorios separados”. ¡Pum! Silencio en la sala. Y ya. Luego vino la reacción a través de las redes sociales (¿qué haríamos sin las redes sociales?). Algo de indignación, mucho de reacción casi lúdica: científicas se colocaron en las mejores posiciones posibles, aplicaron la selfie y con el hashtag #DistractinglySexy (#PerturbadoramenteSexy) movieron sus fotografías por las entrañas enredadas. A Hunt se le tildó de machista, sexista, similares y anexas; y mientras volaba de regreso a Londres, su mujer (otra connotada científica) fue requerida por la universidad para comentarle que “lo mejor sería que Hunt renunciara”. Los empleadores ofrecieron tratar todo con discreción, pero más les ganó la urgencia de quedar bien frente a la indignación de la corrección política: publicaron el numerito en su sitio web, y hoy Hunt mira el mundo desde el jardín de su casa.
No cabe duda de que uno de los bienes más ausentes en nuestra acelerada y exhibida realidad de incipiente siglo XXI, es el contexto. Y agreguemos la inexistencia de tiempo para el análisis y el contraste, y ya valimos. Yo que ya soy muy mayor (chiste local) recuerdo bien ese comercial en el que se conminaba a los padres a contar hasta 10, antes de sorrajarle al escuincle gritón un sopapo liberador. ¿Y si desde la moda retro recuperamos ese comercial? Cuente usted hasta 10 antes de sorrajarle a la víctima en turno ese tuitazo demoledor. Porque el comentario de Hunt pudo haber sido de mal gusto o un chiste flojo. Pero bastaba revisar su biografía, su forma de ser, conocer algo de su vida, preguntar tantito aquí y allá, para reconocer que eso que dijo no representa sus ideas “sobre las mujeres”. Sólo que en las épocas justicieras en que vivimos, no hay tiempo para contrastar nada. A tuitazos sucumbirás, mal bromista.
Ahora bien, serenos todos. Porque no faltará quien tome el argumento aquí esgrimido y diga: “No me abofeteen, sólo estaba bromeando”. Hipólito Reyes Larios, arzobispo de Xalapa, no parecía estar bromeando cuando en la homilía dijo que “las madres solteras se están convirtiendo en una plaga”. Zarandeado en redes y en medios, hoy el prelado medio se disculpó y arguyó haber usado mal la palabra (lo que sea que esto signifique). Obvio, nadie lo ha corrido de ningún lado. Reitero: no todas las estupideces califican como malas bromas. A veces son expresión de quien así las piensa.
Recomiendo dos textos interesantes sobre la materia: Is shame necessary? (de Jennifer Jacquet) y So you’ve been publicly shamed (de Jon Ronson), para entender la dimensión contemporánea de la vergüenza, el desprestigio y el escarnio. Y para revisar el ecosistema mediático en que medios y redes jugamos papeles decisivos para alimentar los ciclos de retroalimentación de las indignaciones.
Yo no creo que Hunt se mereciera un final profesional tan amargo. Y sí creo que Hipólito Reyes merece consecuencias reales por sus declaraciones. Pero más allá de lo que yo crea, sí sé que lo único que ambos merecen es un análisis más detenido de sus casos. A pesar de las vísceras tuiteras. O justo por ellas.
Comunicadora y académica
@Warkentin
Gabriela.Warkentin@gmail.com