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La ley de Murphy cuando se enquista, se enquista. O lo que es lo mismo: crónicas de nuestro desencanto que no terminan (aún) en relatos de nuestra indignación. Instant Karma’s gonna get you. Or not.
El Chapo se les escapa y a un chavo lo meten a la cárcel. De alta seguridad. Sólo que para el primero fue parada de ocasión, para el segundo casi tumba social. El Chapo y el chavo, parece juego facilón de palabras y en realidad es fotograma de película de bajo presupuesto. Óscar Álvaro Montes de Oca tuvo suerte de contar con una familia activa, redes sociales solidarias, medios que se interesaron y autoridades que terminaron por desistirse. Si no, seguiría en la cárcel por una maleta intercambiada que llegó llena de droga al aeropuerto capitalino. ¿Cuántos Óscar Álvaro hay en la cárcel? ¿Y cuántos no porque se escaparon… o nomás no llegan?
Si no es que una quiera ser mala leche, pero comienzan a escasear los horizontes. Esta semana, la opinión publicada en la prensa ha mostrado una destacable convergencia. El tema: desencanto en un país en que nadie se hace cargo, nadie ofrece una solución, nadie explica nada con claridad, ¿las investigaciones? no conducen a nada; un país en donde criticar a un corrupto más tampoco importa porque no pasa nada, nadie enmienda el rumbo, nadie rinde cuentas. Nada-nadie.
“Es decisión del Presidente que las evaluaciones tengan consecuencias o no, y el nuestro ha decidido que no las tengan”, escribe María Amparo Casar. “Sin liderazgo ni confianza en las instituciones, el malestar social puede transformarse en furia y la expresión de ésta frecuentemente es impredecible”, apunta René Delgado. “México no se está derrumbando, pero riesgos sí hay y ponen hormigas en la panza”, dice Luis González de Alba. “Criminalizar a las víctimas es un principio de negación que permite sobrellevar un entorno oprobioso”, continúa Juan Villoro. Y, en el recuerdo del ambiente hostil y de acosos a la prensa en aquel estado, Villoro remata “por desgracia, en este país de irrealidades, Veracruz está en todas partes”. Así el ánimo de la opinión publicada, y eso sólo en una semana.
El Chapo se escapa; en la céntrica Colonia Narvarte de la ciudad de México se comete un multihomicidio (sonado por los asesinados, pero que se suma a las cifras de violencia en la capital del país); El Piojo enloquece; el dólar busca nuevos techos para mirarnos desde las alturas; la pobreza no disminuye; los exámenes muestran que las competencias de los estudiantes mexicanos los vuelven… incompetentes. Descolocadas por las circunstancias, los que debieran caminar juntos se pelean y hablar con el otro despierta suspicacias. Atrapados en nuestro espejo insular, los chilangos sentimos que el DF dejó de ser refugio. Y en ese tono nos vamos. Crónicas de nuestro desencanto que se sienten más huecas porque nadie acusa recibo. Nada-nadie. La clase gobernante de este país decidió, en épocas de redes sociales y de conversaciones simultáneas, guardar silencio e ignorar al ciudadano. Aquí nunca pasa nada, ni cuando pasa. Nada-nadie.
Es de tarde. Estamos sentados en un café. Restaurantes abarrotados, bullicio de viernes. Vistas así, la ciudad y el país no parecen estarse carcomiendo. Pero el ánimo social no se mide en carcajadas verticales. Es de tarde. Hablamos de comenzar de nuevo, y suena casi ingenuo. Hablamos de la necesidad de reconocer nuestra Zona Cero. Hablamos de poner manos a la obra. Pensamos, por un momento, que si algo puede salir mal, no tendría por qué salir mal. Y bromeamos: si al Presidente se le cayó hasta el pastel, en una de esas sólo fue un accidente. No tendría por qué ser nuestro destino.
Zona Cero: ¿nos quedan ganas?
Comunicadora y académica.
@warkentin