Ana Gabriela Guevara es una de esas deportistas épicas que encantan y cautivan a una sociedad, a un país. No voy a reseñar su larga y exitosa carrera atlética, harto conocida y reconocida, salvo para recordar que todo México se paralizaba cuando iba por una medalla, todos conteníamos la respiración en los metros finales de sus carreras, celebrábamos sus triunfos y nos dolíamos de sus tropiezos como si fueran nuestros.

Su incursión en la política no puede sorprender. Son muchos los deportistas retirados que intentan ese camino, y no solo ellos: empresarios, personajes de las artes, de los escenarios, de la farándula, lo han hecho con resultados diversos.

La conozco como una mujer valiente, dedicada, luchona. No necesito coincidir con sus ideas o sus posiciones políticas para tenerle respeto por su trayectoria. Me parece una persona decente a quien no le sé de actos de prepotencia o arbitrariedad.

Ahora está en el centro de una tormenta tras haber sido víctima de una cobarde y brutal agresión en la carretera México-Toluca. Lo que sabemos es que tras un altercado menor de tránsito, Ana Gabriela —que viajaba en motocicleta— fue derribada al piso, golpeada y pateada por cuatro sujetos que le produjeron lesiones que, de no haber sido por su casco, habrían puesto en peligro su vida.

La denuncia fue más allá porque la víctima es senadora de la República y porque convocó a una conferencia de prensa para detallar lo sucedido y mostrarse cómo la dejaron sus atacantes, sin maquillaje ni lentes obscuros que ocultaran o minimizaran la tremenda golpiza recibida. Añada usted a esto que una mujer fue golpeada por cuatro sujetos, pateada en el piso, en una de las autopistas más transitadas del país.

El asunto me tocó profundamente no solo porque conozco a Ana Gabriela y fue de mis ídolos deportivos, sino porque todo esto es simbólico de la violencia cotidiana que sufren las mujeres en este país, que es ignorada, minimizada, convertida en materia de chistes o de expresiones tan misóginas o más que las agresiones mismas.

El mal intento de defensa de los agresores, que se escudan en “no sabíamos que era mujer porque obscurecía” solo delata su cobardía: pegarle entre cuatro a quien sea es de dar asco.

Entristece ver cómo muchos disculpan la agresión “porque la gente está harta de los políticos, de los influyentes”, e incluso alguno por ahí exigió que no se investigara la agresión, casi casi para que vean lo que se siente, como si un acto más de impunidad fuera a ser consuelo para las incontables víctimas de la violencia cotidiana, esa que no requiere de guerras contra el narco ni de insurrecciones armadas, esa violencia que sufren incontables personas cuando el acoso sexual o laboral, la golpiza familiar o en la calle, la homofobia, el bullying, todas esas expresiones de agresividad que la dizque gente de bien opta por ignorar, por justificar.

México es un país de profundas injusticias y desigualdades, de corrupcion pública y privada, que con justa razón denunciamos a diario. Pero es también un país en el que cuatro salvajes se bajan a patear a una mujer indefensa y nadie se mete. En el que los vecinos de un condominio no actúan contra un empleado que es acosador sexual porque no quieren pagar su liquidación, en que sabemos que un amigo/conocido/colega le pega a su esposa e hijos pero no hacemos nada, que maltrata a sus mascotas pero pues son suyas, no te vayas a meter, no vayas a denunciar.

Somos un país de cobardes si no levantamos la voz por todas esas víctimas que no son políticamente rentables, que son desconocidas, anónimas, como esa solitaria figura en la autopista por la que nadie se detuvo, a la que nadie auxilió.

Yo aplaudo a Ana Gabriela por denunciar públicamente y espero que su caso tenga repercusiones. Que nos haga ser más conscientes y menos tolerantes de la barbarie cotidiana que nos ahoga.

Si lo logra, será su más importante victoria. Y la de todos.

Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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