Me van a disculpar, mis muy apreciados lectores, pero yo no comparto el entusiasmo de quienes creen que el cada vez más probable desafuero —o impeachment, como le llaman algunos— de Dilma Rousseff es un triunfo de la democracia o de la rendición de cuentas. No creo que un acto político antes que jurídico sirva a la democracia; no creo que la salida de un mandatario democráticamente electo, por faltas administrativas aún no probadas y en todo caso de importancia mediana, sirva a los intereses de la ciudadanía; no comparto la idea de que el futuro no sólo de un gobierno, sino de la solidez institucional de un país, pueda o deba depender de la conveniencia u oportunismo de un grupo de políticos.

El proceso de la votación es, por sí mismo, todo un retrato de la clase política brasileña, de sus intereses, de su nivel discursivo, de sus verdaderos motivos. Frente a un asunto que divide al país, el Congreso optó, sabiamente, por una votación pública y sustentada. Es decir, cada congresista tiene derecho a hablar antes de emitir su voto para justificarlo.

Es verdaderamente de antología la capacidad de los políticos para justificar sus actos, y en Brasil debemos añadir a eso el amor por el melodrama y por la farsa que demuestran. Muchos de los que han votado por el Sí al desafuero, lo hacen invocando a Dios. Sí, a Dios, en cuyos mandamientos está claramente dicho: “No distorsionarás cuentas gubernamentales”, como señala con ironía deliciosa el periodista y escritor Alex Cuadros, cuya cuenta de Twitter (@alexcuadros) me ha servido y divertido enormemente mientras escribo este texto.

Los que no aluden al todopoderoso, se refieren a Martin Luther King, se lo dedican a sus familias, a sus nietos, pero también, y esto ilustra lo que sucede en el Congreso, a los militares golpistas de 1964 o, en el extremo, al militar que torturó a la entonces guerrillera y hoy todavía presidenta Rousseff, como lo hizo el diputado Jair Bolsonaro (les juro que así se llama), cuyo nombre vivirá por siempre en los anales de la ignominia política.

Las acusaciones contra Dilma Rousseff son serias, pero hay que ponerlas en contexto. Manipular cuentas públicas significa reacomodar números, no malversar fondos. No es corrupción, sino pretender ocultar el tamaño del déficit presupuestal. Una falta administrativa no comprobada que le da pretexto a sus contrincantes para tratar de ganar en el Congreso lo que no pudieron lograr en las urnas. Un Congreso además manchado no sólo debido a la cursilería o la nostalgia por las dictaduras militares, sino por los escándalos de corrupción que involucran a legiones de legisladores. Y al vicepresidente del país, que pasó, en semanas, de ser aliado de Dilma a promover su destitución, soñándose ya presidente, aunque sobre él pesan acusaciones y procesos igualmente serios.

Brasil vive una profunda crisis política, económica, moral y social. Sus primeros síntomas los vimos en las semanas previas al Mundial de Futbol de 2014, con las multitudinarias manifestaciones contra el gobierno, en protesta por la insuficiencia de servicios gubernamentales y contra el dispendio. Después siguieron escándalos tras escándalos de corrupción, involucrando a muchas de las empresas insignia de Brasil y a personajes de la política, incluido el todavía muy popular ex presidente Lula da Silva, entre muchos otros.

En tan sólo dos años Brasil entró en una profunda recesión económica y en una ola de indignación social. El gobierno de Dilma no fue capaz de enfrentarlas y su popularidad cayó hasta niveles ridículos de 8%. Y fue esa impopularidad la que envalentonó a sus opositores y a algunos de sus antes aliados a buscar destituirla. Como quien patea al rival caído, se fueron contra la presidenta en lo que a mí me parece una burda maniobra política que no sirve, como ya lo señalé, ni a la democracia ni a la rendición de cuentas, y que en cambio dará un golpe terrible a las ya de por sí devaluadas instituciones brasileñas.

Nada hay que festejar.

Analista político y comunicador

@gabrielguerrac

FB: Gabriel Guerra Castellanos

www.gabrielguerracastellanos.com

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