Escribo estas líneas cuando siguen abiertas las casillas de una elección intermedia que determinará el futuro inmediato y el de largo plazo de Venezuela.
En juego está el control del Congreso. 167 escaños asignados por elección directa con el voto de más de 19 millones de electores. No hay en Venezuela representación proporcional (o plurinominales, como les llamamos en México) por lo que es muy probable que quien gane la mayoría de los votos a nivel nacional no vea su triunfo reflejado en la repartición de escaños en la Asamblea.

Para el gobierno que encabeza Nicolás Maduro es fundamental conservar la mayoría y ha hecho hasta lo imposible por lograrlo. Si bien la jornada electoral en sí (es decir el momento de la votación y el conteo) es generalmente considerado limpia y libre de fraude y manipulación, no sucede lo mismo con el proceso como tal.

La lista de faltas es larga, casi interminable, y además de enumerarlas y condenarlas, nos hace bien fijarnos en lo que en otros países sucede para poder evaluar más objetivamente lo que en el nuestro pasa:

Primera entre las muchas irregularidades e ilegalidades está la franca intimidación a los opositores. Amedrentamiento y mano durísima contra críticos que llega al encarcelamiento, con condenas exorbitantes como la impuesta al líder de la oposición Leopoldo López, 13 años de cárcel por una serie de presuntos delitos tan inflados como subjetivos, al grado de que uno de los fiscales posteriormente reconoció la presión gubernamental para forzar esa sentencia excesiva a López.

La presión se da igualmente en las calles, donde algunos partidarios del gobierno recurren al amedrentamiento bajo la amenaza, y a veces la realidad, de la violencia. Se da en la constante presión, que muchos consideran censura, a los medios de comunicación independientes, la activación de bots y trolls en redes sociales, y el discurso provocador, incendiario, amenazante de los dirigentes oficialistas, incluso del presidente Nicolás Maduro. Campaña del miedo, en serio.

Y se da por supuesto en las políticas económicas y sociales clientelares, en los subsidios dirigidos, en el descarado favoritismo a sus propios simpatizantes. Compra del voto indirecta, no me queda duda. Pero, y esto es importante, no se sabe de manipulación directa de las votaciones ni de los conteos, lo cual nos deja una elección legal que ve su legitimidad y su moralidad cuestionada por muchos dentro y fuera de Venezuela.

Nicolás Maduro ha sufrido tratando de compararse con Hugo Chávez. Su fracaso es rotundo: no tiene el carisma, el arrastre, el colmillo ni la habilidad política de su mentor, no tiene la capacidad retórica ni la rapidez de reflejos del comandante. Tampoco tiene la suerte de su lado: la estrepitosa caída de los precios del petróleo, sumada a las ineptas medidas económicas de su gobierno colocan a Maduro y a Venezuela en una crisis de proporciones mayúsculas. La inflación desbocada y el PIB en caída libre, al grado de que ya no se proporcionan cifras oficiales. La escasez de bienes de consumo, las colas, el racionamiento, tienen al venezolano promedio cansado, irritado, y a los índices de aprobación de Maduro muy por debajo del 30%.

Termino este artículo cuando no hay aun resultados oficiales, pero todo mundo canta victoria. La Mesa de la Unidad Democrática y el oficialismo por igual se dicen ganadores, y vuelan acusaciones e insultos, aunque por fortuna no hay reportes de actos de violencia.

Es muy probable que la oposición logre ganar el voto popular, pero tal vez no el control de la Asamblea. Las protestas de ambas partes, la reacción del gobierno y sus simpatizantes, serán intensas y la división política y social que vive Venezuela solamente se profundizará, sea cual sea el resultado.

Espero equivocarme.

Analista político y comunicador
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos
www.gabrielguerracastellanos.com

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