Gabriel Guerra

Los daños de ‘Patricia’

26/10/2015 |02:16
Redacción El Universal
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Hago una pausa en mi serial sobre el Medio Oriente, queridos lectores, para ocuparme del que pudo ser el más demoledor fenómeno de la naturaleza en los últimos años, y que afortunadamente se convirtió en tormenta y luego depresión tropical.

Patricia tomó a todo mundo por sorpresa, dos veces, por si una fuera poco: primero cuando cobró una fuerza inusitada en su camino hacia las costas del Pacífico mexicano, y después cuando, como si guiada por una mano benévola, encontró un pasillo relativamente despoblado para hacer su entrada y después, frente a la cordillera occidental, perder buena parte de su fuerza.

México ha aprendido, a lo largo de las últimas tres décadas, a lidiar con y a prepararse mejor ante desastres naturales o aquellos causados por el ser humano. El devastador sismo de 1985 es el que se conmemora puntualmente año con año, pero hay muchos otros acontecimientos, previos y posteriores, que han ayudado a forjar una cultura de prevención y de respuesta ante este tipo de tragedias.

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El 19 de septiembre de 1985 marcó a millones de mexicanos que vivieron la catástrofe y la asombrosa reacción de lo que comúnmente llamamos “la sociedad” pero que en ese momento, en la vida real, fue la respuesta instintiva, natural, de muchas personas que decidieron salir a las calles a ayudar como mejor pudieran.

1985 es visto como un parteaguas, como un punto de quiebre en la relación entre el Estado (es decir el gobierno, la autoridad) y la sociedad (es decir los individuos, usted y yo). Ciertamente fue un claro ejemplo de cómo la parálisis, el pasmo gubernamental, propició o permitió una respuesta masiva de la ciudadanía para llenar el vacío dejado por dicha inacción. Y a partir de ahí la supuesta omnipotencia estatal se desmoronó: el PRI perdió estrepitosamente las siguientes elecciones en el Distrito Federal, por poco perdió (o perdió, dependiendo de a quién le crea cada quien) las presidenciales y comenzó su alejamiento de las clases medias e intelectuales del país.

Son muchas las lecciones de los sismos de 1985, pero también de San Juanico, que los precedió, de las explosiones de Guadalajara en 1992, y de todos los fenómenos naturales que han sacudido a nuestro país desde entonces.

Lo que hemos aprendido, colectivamente, tiene un enorme valor social, comunitario, familiar, individual. Hemos aprendido el valor de la prevención, de la precaución, de la preparación. No hemos aprendido, porque ya lo sabíamos, pero sí hemos tomado conciencia del valor de la ayuda, de las redes comunitarias de apoyo, de la solidaridad.

Hoy contamos con nuevas herramientas tecnológicas que nos permiten anticipar algunas de las más violentas expresiones de la naturaleza, y compartir información en tiempo real. Esto nos hace, a todos, mucho más eficaces para preparar y prevenir, hace que la ayuda fluya a veces incluso desde antes del impacto, que los afectados puedan comunicar mejor sus necesidades y también el grado de los daños que han sufrido.

El huracán que se deprimió, Patricia, puso a prueba todos los aprendizajes, las herramientas y los instintos sociales e individuales que tenemos en nuestro país. Aplaudir las medidas de prevención y alerta no es un elogio para un gobierno o partido, sino para lo que hemos construido colectivamente todos los mexicanos.

Me parece lamentable que algunos quieran ahora construir una historia, que no tiene sustento más que en la ignorancia o en la perversidad, acerca de si se exageró desde el gobierno la magnitud de Patricia. Los reportes estuvieron sustentados, y a veces antecedidos, por fuentes como la NASA o el centro nacional de huracanes de EU, por no hablar de algunos de los medios más serios y respetados del mundo.

Yo, por lo pronto, celebro el desenlace, aunque algunos parecen lamentarlo.

Analista político y comunicador

Twitter: @gabrielguerrac