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Después de la Guerra Fría se acentuaron los procesos que hoy conocemos como globalización. Caída de muros, apertura de fronteras, menores barreras y mayores incentivos al libre comercio, grandes migraciones trasnacionales y surgimiento de nuevos poderes económicos y geopolíticos como China. Bloques económicos como la Eurozona, América del Norte y Mercosur, y las recomposiciones geopolíticas de los perdedores de la Guerra Fría: los países de la ex Unión Soviética y sus aliados.
Las claves para entender el mundo cambiaron, pero no están al día los viejos manuales de instrucciones y mapas mentales que usamos para comprenderlas. De ahí las paradojas, los choques entre pensamiento, valores y realidad que ocluyen la capacidad de entender. Un ejemplo: ¿es el Estado Islámico una anomalía o una consecuencia lógica (barbárica sin duda) de la nueva guerra epocal que se abre al fin de la Guerra Fría? Creer que con ésta última terminó toda guerra es ingenuo. En realidad se ha transitado hacia una modalidad nueva de conflicto que combina diferentes tipos de usos bélico-políticos.
Las relaciones entre el Estado-nación y el orden internacional adolece de lo mismo. La vieja concepción del primero, que lo concibe como unidad autorregulable entre gobierno, población y territorio es insostenible, al igual que el concepto de soberanía nacional que lleva asociado. Las relaciones internacionales económicas, político-diplomáticas y socio-culturales han traspasado todas las fronteras de ese vetusto concepto. Los Estados siguen afincados en sus bases territoriales y demográficas, pero los flujos de todo tipo los superan y hacen que por sí solos no puedan gobernar. La inseguridad y el crimen o las migraciones, y la porosidad de las fronteras o los avances científico-técnicos que permiten que cualquiera se comunique instantánea y constantemente con cualquier parte del globo lo demuestran palmariamente. Hemos transitado del Estado-nación al Estado de mercado (Bobbitt, Philip, The Shield of Achilles: War, Peace and the Course of History, 2002). Y esta es una realidad tan consistente como cada orden que caracteriza una época
Tratar de revertir estas tendencias es tan ilusorio como tapar el sol con un dedo. Invocar la defensa de la soberanía como si no formásemos parte de este contexto geopolítico es un sinsentido. No obstante, la fuerza de las ideologías atrasa el cambio conceptual respecto de la evolución de las interacciones efectivas. Hay ausencia de valor y lucidez para orientar en la selva de las nuevas realidades. Los flujos económicos (al igual que las migraciones que les son inherentes) son ingobernables desde los Estados nacionales sin el concurso de las instancias internacionales que intervienen decisivamente en ellos. Pero nada indica que no se pueda negociar la forma en que estas instancias establecen su dominio. Los Estados, al menos los democráticos, son representativos y pueden tomar en serio (cosa que difícilmente hacen) los intereses de sus gobernados para modificar los criterios de decisión, muchas veces draconianos, de las fuerzas globales. Vivimos una especie de Bretton Woods al revés: en vez de previsión hay sometimiento y a la hora del desfondamiento de las economías vienen los rescates. A pesar de que el “consenso de Washington” está agotado no hay un plan alternativo (excepto el Comunicado del Grupo de los 20 en Australia 2014), que reconozca la necesidad de inversión internacional de largo plazo. Urge hacerlo partiendo de que el mundo salió de una guerra (“Fría”) para entrar en otra (aún tibia) que requiere más que nunca de medidas audaces en pro del desarrollo para contrarrestar sus causas y paliar sus efectos.
Director de Flacso en México.
@pacovaldesu