En la cuna de la Ilustración se han ensañado el extremismo y la intolerancia irracional. Muchos son los responsables, desde los autores directos y a distancia de los atentados del viernes 13, hasta la coalición triunfante de Estados vencedores del Siglo XX que impusieron las fronteras en el Oriente Medio luego del colonialismo y el neocolonialismo. A los actos terroristas de París hay que sumar, al mismo nivel, el atentado de Ankara, el abatimiento del avión ruso sobre el Sinaí, la masacre de Beirut, la de Malí y más atrás Londres, París, Nueva York…

En su opúsculo Una respuesta a la pregunta ¿qué es Ilustración? (1784) Kant, el gran filósofo de la Ilustración define a la “ilustración” como la emergencia del hombre de una inmadurez autoimpuesta cuya “causa reside no en la falta de comprensión sino en la falta de resolución y valor para usarla sin la guía de otros (...) Tener el valor de usar el propio entendimiento, ese es el motto de la ilustración”.

La forma en que se distribuye este valor en las sociedades y civilizaciones no es parejo. El Estado Islámico o Daesh, si se le quiere calificar, rechaza frontalmente ese principio sobre el que se han construido las sociedades de Occidente. Europa, América y buena parte del Lejano Oriente, principalmente Japón y la India, se han edificado bajo el axioma de la libertad de entendimiento, la raíz más honda de la libertad. El dogmatismo religioso es el enemigo principal de ese principio. Quienes dicen defender la libertad aferrados a creencias ultramontanas, ocluyen la libertad de pensamiento y obstaculizan el entendimiento a conveniencia, en el Norte y en el Sur, y en Oriente y Occidente. No se le puede reclamar a Francia responder con guerra a una agresión de guerra. Lo que está en cuestión es si la guerra por sí sola remediará las cosas.

Cuando Samuel Huntington escribió su Choque de civilizaciones, dejó en el aire una controversia que no se agota: ¿son irreconciliables las civilizaciones que ha creado la humanidad? Si se tuviese la valentía de usar el “propio entendimiento” la respuesta negativa es inevitable. Habrá quien sostenga lo contrario, pero en sentido estricto iría contra la razón. Lo más juicioso es “suspender el juicio”, es decir que, en todo caso, dependería de qué esté en juego y cómo se construya la interacción entre polos excluyentes. La guerra es una respuesta de sobrevivencia. No siempre es evitable; tampoco es siempre inevitable. Al igual que “Occidente”, el Islam tiene muchas fisuras y matices.

“Occidente” ha profanado geografías, religiones, inteligencias e ilustraciones de las otredades. Las cohortes de las inmigraciones recientes en varias partes del mundo son deplorables. No se tiene respuesta civilizada al respecto ni en los países de origen ni en los de destino. Sin excluir la guerra, se impone una diplomacia civilizatoria que tiene que partir de los interesados directos e indirectos. La coalición que se busca contra el Estado Islámico es legítima, tanto como ilegítimo es el Estado Islámico, que es inaceptable. Sin embargo, hay algo más en juego que es la apertura hacia el futuro, lo que implica honrar a la Ilustración. Esa alianza debería incluir en sus objetivos una diplomacia civilizatoria, porque una utopía sin fundamentos —mera propaganda— se replicaría en una distopía cimentada en aquélla, a la que promovería.

Aunque las experiencias históricas de convivencia entre grupos con diferentes creencias sean menos llamativas que las de confrontación irreconciliable, es inaceptable que la diplomacia civilizatoria no ocupe la agenda política internacional. Mientras no adquiera peso un orden político supranacional es necesario recurrir a los instrumentos ya existentes de disuasión y conciliación, pero los primeros no deben prescindir de la necesaria primacía de los segundos a largo plazo.

Director de Flacso en México.

@pacovaldesu

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