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Grecia es foco de atención mundial. Su situación crea una coyuntura en la que se reúnen asuntos económicos y políticos. Las medidas que se aplican a países en problemas también están en el ojo del huracán. En la memorable conferencia de aceptación del primer premio John Maynard Keynes, el pasado mes de mayo, el Premio Nobel de Economía Amartya Sen (puede leerse una versión editada en http://bit.ly/1czZ8fC), recordó las abominables condiciones que le fueron impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles y que motivaron la renuncia de Keynes a la delegación británica. Como luego ocurrió, el tratado favoreció el surgimiento del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.
Para Keynes era insostenible ética y políticamente imponer medidas de austeridad extrema a Alemania para someter a su pueblo a una rudeza extrema. Sen toma de ese ejemplo las lecciones que la sensatez política aconseja en el tratamiento de la cuestión griega, opuestas al fundamentalismo neoliberal. Señala Sen: “…una analogía puede ayudar a esclarecer el punto: es como si a una persona que pide un antibiótico para aliviar su fiebre le dan una tableta mezclada con antibiótico y veneno para ratas. No puedes tomar el antibiótico sin tomarte el raticida. Se nos ha dicho que si queremos reformas económicas tenemos que aceptar la austeridad, aunque no hay absolutamente ninguna razón para que las dos vayan en la misma mezcla química. Por ejemplo, tener edades de retiro tempranas que muchos países de Europa no tienen (y que es una reforma urgente), no es lo mismo que reducir severamente las pensiones de las que dependen las vidas de los trabajadores pobres (…) La unión de las dos ha hecho más difícil promover reformas institucionales, y la contracción de la economía griega a causa de la austeridad ha creado la más desfavorable de las circunstancias posibles para reformas económicas importantes.”
Se ha dicho que el referéndum griego es una medida equivocada, perjudicial y “populista”. Ciertamente, no ha sido una medida tomada en el momento adecuado. Antes de esta situación, debieran haberse convocado no uno, sino varios referéndum para conocer el punto de vista del demos, primera D de democracia, sobre el rumbo económico deseable a seguir. También está ausente la discusión educada, segunda D de democracia. La democracia es “gobierno mediante discusión”; así la definió John Stuart Mill. No es pura elección de gobernantes, sino la discusión continua entre demos y cratos; y lo que menos quieren los tecnócratas internacionales es que sus políticas sean sometidas a debate. Para que la tercera D, decisión, cumpla su cometido integrador de voluntades debe conciliar preferencias de la mejor manera posible. Si bien el desarrollo (otra D vinculada a democracia) no depende de la democracia, no es concebible que se contrapongan. Poner al uno contra la otra es otra versión de la medicina con raticida.
La caída de Grecia en el abismo sería un “error geopolítico”, como lo ha advertido el Secretario del Tesoro de Estados Unidos. Las responsabilidades entre deudores y acreedores tienen que ser compartidas, de otro modo la relación es de agio. Concebir a la economía aislada de la política es un error grave (remember Versalles). Aceptar que caminan juntas y que en democracia se implican todavía más complejamente es imperioso. Grecia requiere reformas urgentísimas para no repetir la historia de despilfarro y despropósitos en que incurrió, pero se requiere de un nuevo arreglo internacional que contemple a la economía en sus relaciones con la política.
El forcejeo entre la economía main stream y sus críticos ha llevado a perder el rumbo democrático privilegiando extremos: sociedades alineadas y sin bienestar contra fórmulas populistas que suprimen la democracia. Para que se reiteren las historias de infortunio siempre hacen falta dos. Si el siglo XXI ha de marcar una diferencia es momento de reunir las 4 D de la democracia.
Director de Flacso en México.
@pacovaldesu